En este tiempo el abuelo está enfermo, casi ciego, pero entre sus dolencias mantiene una envidiable lucidez mental. Sabe captar realidades y por eso en los últimos días ha estado muy preocupado, no por su salud, sino por la delicada situación política, económica y social que vive el país. Su inquietud se justifica porque él ama a esta tierra donde nació.
En sus años juveniles, cuando participó en luchas sociales con banderas y verbos de porvenir, el abuelo fue un líder dinámico, decidido, siempre con presencia de vanguardia. Fue un clarín de rebeldía frente a crueles dictaduras o ante errores de la democracia.
Junto al pueblo, resuelto y valiente, formó filas de vencedores por la libertad. Entonces recuerda hechos y personajes: el yugo dictatorial de Gómez, el régimen de López Contreras, el ensayo liberal de Medina Angarita, logros y sectarismo de la Junta cívico-militar, la debilidad de Gallegos, la dictadura de Pérez Jiménez, los éxitos y yerros en cuarenta años de períodos gubernativos seguidos con Betancourt, Leoni, Caldera, Pérez, Herrera y Lusinchi.
Pero ahora, enfermo como está, al abuelo le llegan con más fuerza los dolores porque le preocupa la crisis del país. A él le pesa el corazón, su voz es de patria, su oído sintoniza inquietudes. Y piensa que una nación orgullosa de su historia, construida con luchas y sacrificios, con ofrendas de guerreros, estudiantes, trabajadores, intelectuales y mujeres en toda su extensión de valentía, debe ser auténticamente democrática.
Con sus ojillos apartando tinieblas, el oído abierto, le llega al abuelo un reflexivo pensamiento que define la política como “un juego severo donde no todos los aciertos se cobran, pero todos los errores se pagan por partida doble”.
En esa onda el abuelo dice que el poder es un supremo compromiso de servir a toda la gente, no un ejercicio individualista ni de ambiciones peligrosas. En este tiempo -agrega- sólo palabras y acciones sensatas, sin cartas marcadas, conllevarían a dialogar con franqueza para vencer la sinrazón. Por el bien del país, no más allá de la orilla del barranco, evitar oscuros vacíos, desde donde sería difícil el rescate de la normalidad.
Crónica urbana – El oído del abuelo
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