El libro Patria y Ciudadanía forma parte de la Colección Bicentenario y es, por decisión del Ministerio de Educación, texto oficial del sistema escolar venezolano. Su uso, por tanto, es obligatorio para los cursantes del primer año.
En la página 115 hay un recuadro con un texto sobre un llamativo fondo beige. Allí una niña, seguramente imaginaria, narra la experiencia familiar tras la muerte de Hugo Chávez:
“Cuando mi abuela Karibay me narraba sus vivencias, también lloraba. Yo la consolé y le pregunté cuándo nos regresábamos para El Playón y allí junto a nuestros hermanos realizar la ceremonia que dirige el Shamán para elevar los buenos espíritus, como lo era el Presidente Hugo Chávez Frías. Me aseguró que cuando lo llevaran al Cuartel de la Montaña”.
La discusión no sólo pudiera abarcar el hecho de que un hechicero, o brujo, sea colocado como el centro espiritual de esa supuesta familia venezolana. Ocurre que ese mismo texto dedica once páginas al finado mandatario, a partir de su muerte. Su deceso, dice, es “la noticia más impactante del siglo XXI”. Es decir, se decreta que es el suceso más trascendente de una centuria que apenas despunta.
Con Chávez, agrega el papel, se inicia “el ejercicio del pueblo ciudadano”. Ahora somos ciudadanos. No se aclara algo que pudo completar el pretendido carácter didáctico de la obra: ¿Qué éramos antes? Pero las sobrecargadas alusiones al legado del expresidente abundan: Nos hizo volver la mirada al campo. Era “un gran comunicador del ideario de Bolívar”. “Un gran docente de nuestra historia”. “Hizo una gran escuela: Venezuela”. Fue un gran orador, un gran maestro. Democratizó a Pdvsa.
Le dio rango constitucional a las lenguas indígenas. Una carta atribuida a un liceísta, declama: “Fuiste más que nuestro Presidente. Fuiste un líder, un poeta, un padre, un hermano, un consejero, un amigo fiel”. Y más adelante: “Nos legó un país que acabó con el analfabetismo”. “Por primera vez en nuestra historia, 90 de cada 100 personas comen por lo menos tres veces al día”.
Otro texto en manos de los estudiantes es la Constitución Ilustrada. La portada tiene un dibujo en el cual Chávez aparece mientras sostiene a un pequeño. En el brazo del comandante, bastante visible, el brazalete tricolor con la insignia del 4F. Debajo de él, al frente, un niño enarbola una espada. Una introducción firmada por Nicolás Maduro, afirma que “Chávez nos dejó la Patria que hoy tenemos”.
Once veces emerge en ese texto la imagen de Chávez. La franela roja, la boina, se repiten, en un lenguaje más que subliminal. Un Bolívar con rostro ceñudo amenaza con su espada reluciente a dos monigotes, mientras sobre el hombro de uno de ellos se posa un águila. En una ilustración titulada Democracia, este sistema encarna en Chávez y el sucesor, Maduro, trazado con su puño en alto. Otro cuadro muestra a Bolívar confiando su espada a Chávez. En varias de las estampas la imagen de Chávez opaca a la del Libertador. Lo desplaza en el primer plano. Bolívar lo mira, como admirado, fascinado. En la pose del fanático, del camarada. Es Bolívar trocado en chavista, en ficha de la revolución socialista. A este sistema no se lo promueve abiertamente, pero sí se cuelan en los textos las ideas de Carlos Marx, de Fidel Castro, del Ché Guevara. En la Constitución Ilustrada hay otro grave “gazapo”: En el título VII, De la Seguridad de la Nación, se inserta una lámina con esta inscripción, sobre un muro, en el patio de una instalación militar: “Bienvenidos a la Milicia Bolivariana”. Pero la Constitución (¡fuera de ella, nada!), en su artículo 328 sólo reconoce la existencia de cuatro componentes de la Fuerza Armada Nacional: Ejército, Armada, Aviación y GNB. En consecuencia, la fulana Milicia Bolivariana está al margen de la Carta Fundamental. Es ilegítima, una ficción, un contrabando que, además, fue claramente rechazado por el pueblo venezolano, al derrotar el 2 de diciembre de 2007 el proyecto de Reforma Constitucional.
El sesgo ideológico socialista marca el hilo conductor de este legajo de propaganda política, camuflado de texto educativo. Es la oficial exaltación del líder de la revolución al plano de un semidiós, un ser místico, religioso, al lado de Bolívar, hasta relegarlo y disputarle su gloria. Como si diera igual liberar naciones que someterlas. Bolívar históricamente revisado como lejano precursor de una gesta. Chávez el Libertador definitivo. El Padre verdadero y eterno. El que “nos dejó la Patria que hoy tenemos”.
Asimismo, la excitación militarista de los libros irrita. Ezequiel Zamora, un “bandido y asaltador de caminos”, según Guillermo Morón, se convierte en el “general del pueblo soberano”. Nuestra historia reciente, mutilada, reescrita, borroneada, vista desde un ángulo plagado de prejuicios, coloca a la espada como la selladora de nuestro destino. Los demás saberes o disciplinas no cuentan. La gloria está en la fuerza. El pensamiento, la civilidad subordinada al estoque y la sangre derramada. “No hay razón donde hay fuerza”, diría Calderón De La Barca.
El libro de Matemáticas de primer grado, “escrito y pensado como instrumento para la liberación”, instruye al niño sobre las comunas, otro concepto inexistente a la luz de la Constitución y desarticulador de la arquitectura que distingue a un Estado democrático. En otras páginas vemos los ejercicios para que los niños aprendan los modernos prodigios del trueque. La técnica del coitus interruptus. La empresa privada es presentada en su conjunto en el texto Venezuela y su Gente, Ciencias Sociales, sexto grado, como una sarta de bellacos que se “enriquecen con la explotación del trabajo de sus empleados y de la naturaleza”. Se enseña que la nacionalización petrolera dejó de ser chucuta con la “nueva Pdvsa”. Los 40 años de democracia burguesa que precedieron a Chávez, una bazofia que nada edificante dejó. Nada se puede rescatar de esos oscuros años. Todo se construyó a partir del fulgor de la revolución, con el artífice de nuestra “suprema felicidad”.
Eso es apenas una apretada muestra de los conocimientos que los niños venezolanos absorben, ya, en las escuelas públicas, pretendiéndose volcarlos a los colegios privados. La idea es eternizar a la clase política actualmente en el poder, que, a falta de méritos propios, se aferra a la imagen sacralizada de su mentor. Hasta ahora se han dado algunas señales de resistencia.
Veremos si como sociedad nos permitimos la misma dosis de indiferencia y pasividad que hemos acusado frente a otros abusos, cuando se trata de algo tan delicado como la formación, la sanidad mental, la cultura democrática y la conciencia crítica de nuestros niños.
¿Cuál de ellos será el primero en repetir la frase, adaptada a nuestro caso, de esa gloria cubana del boxeo que es Félix Savón, tricampeón olímpico que se negó a saltar al profesional, pese a ser considerado el mejor boxeador del mundo en su momento? Esto dijo: “Mi padre es Fidel y mi madre la revolución”.