Este Domingo conmemoramos la Fiesta de la Divina Misericordia. Es una Fiesta instituida por el Papa Juan Pablo II. No la inventó el Papa, sino que fue solicitada por el mismo Jesucristo a través de Santa Faustina Kowalska. Esta religiosa polaca del siglo XX fue canonizada también por el Papa Juan Pablo II, precisamente en la Fiesta de la Divina Misericordia del año 2000.
“Habla al mundo de mi Misericordia, para que toda la humanidad conozca la infinita Misericordia mía. Es la señal de los últimos tiempos. Después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo… Antes de venir como Juez justo, abro de par en par las puertas de mi Misericordia. Quien no quiera pasar por la puerta de mi Misericordia, deberá pasar por la puerta de mi Justicia”, Jesucristo nos dice a través de Santa Faustina.
Dios posee todos sus atributos o cualidades en forma infinita. Así es, infinitamente Misericordioso, pero también infinitamente Justo. Su Justicia y su Misericordia van a la par. Pero a través de esta Santa de nuestro tiempo nos hace saber que por los momentos, para nosotros, tiene detenida su Justicia para dar paso a su Misericordia. No nos castiga como merecemos por nuestros pecados, ni castiga al mundo como merecen los pecados del mundo. Pero si no nos abrimos a su Misericordia, tendremos que atenernos a su Justicia. ¡Graves palabras del Señor! Por lo demás, coinciden con su Palabra contenida en el Evangelio… Y llegará el momento de su Justicia … Llegará…
¿Cómo podemos acogernos a su Misericordia? “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores… Ese día derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas … Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata” (o sea, muy graves o muy feos).
En el Evangelio (Jn. 20, 19-31) leemos el momento y las palabras con que Jesucristo instituyó el Sacramento de la Confesión, del Perdón. Es el Sacramento de su Misericordia. Pero veamos también qué nos ha dicho el Señor sobre la Confesión a través de Santa Faustina: “Cuando vayas a confesar debes saber que Yo mismo te espero en el Confesionario, sólo que estoy oculto en el Sacerdote. Pero Yo mismo actúo en el alma. Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la Misericordia”.
Llama a la Confesión Tribunal de la Misericordia. ¡Qué nombre tan apropiado! Porque es así: un tribunal al que vamos invitados (no obligados) y donde siempre salimos absueltos (no nos culpan, ni nos condenan). Insólito: nos convocan para absolvernos de nuestra falta. La sentencia es siempre el perdón.
Y para acogerse a El no nos pide grandes cosas: “sólo basta acercarse con fe a los pies de mi representante (el Sacerdote) y confesarle con fe su miseria … Aunque el alma fuera como un cadáver descomponiéndose (es decir, muerta y descompuesta por el pecado) y que pareciera estuviese todo ya perdido, para Dios no es así … ¡Oh! ¡Cuán infelices son los que no se aprovechan de este milagro de la Divina Misericordia!” Las opciones son claras: o Misericordia ahora, o Justicia después.
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Buena Nueva O misericordia o justicia
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