En una comedia alemana, El Cántaro Roto, Heinrich Von Kleist narra que al Juez rural Adam le correspondió averiguar quién entró al cuarto de una joven, mientras ésta dormía, y rompió un cántaro que allí se encontraba. Al final, el perpetrador era el mismo Juez, quien trataba de forzar a la fémina a satisfacer sus innobles pasiones, amenazándola con enviar a su novio hacia remotas colonias. Esta comedia clásica representa una formidable pedrada en los dientes de la corrupción judicial, la prevaricación y el abuso del poder público de la época, tanto que en ella la joven víctima critica amargamente a un mundo en el que el delincuente se convierte en juez y la juventud es enviada a la muerte «para conseguir pimienta y nuez moscada». ¡Cuantas semejanzas con la situación de Venezuela!, cuya sociedad vive en constante crispación debido a las acciones y omisiones de un poder judicial eunuco, sin independencia ni autonomía, que marcha nariceado tras los designios políticos de los “juristas del horror” que hoy lo integran.
Es ese poder judicial, encabezado por los magistrados de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, el que ha venido suprimiendo el sistema interno de derechos humanos, mediante la confiscación y posterior prostitución de sus instituciones fundamentales, como se evidencia de los vergonzosos “amparos express” dictados recientemente por diversos jueces venezolanos. Mediante estas parodias judiciales, maquinadas por la perversa mollera de la tiranía bicéfala que padecemos, se suprimió el principio de soberanía popular, a través de la destitución, persecución y encarcelamiento de aquellos Alcaldes que combaten a este régimen militarista-despótico. ¡Esto es lo que hay! Jueces engreídos, envueltos en negras chamarras llamadas togas – ¡No hay que nombrar la toga en la casa del ahorcado! – , creyendo que saldrán indemnes de sus tropelías, cuando el cielo encapotado anuncie tempestad de libertades. Jueces provisorios, comisarios de una justicia enclenque, también provisoria, que cuan ovejas temblecas se echan apaciblemente a la espera de cada retorcida interpretación que del derecho haga el Ño Pernalete de turno, sea el ignaro Nicolás, o el jorobado de Nuestra Señora de la Ley del Embudo desde la AN, para salir corriendo a dictar decisiones absurdas. “…Es la justicia que mandan hacer”, dice Quevedo, en una de sus letrillas satíricas.
También es el mismo poder judicial que ha preñado de presos las cárceles venezolanas. En nuestro país no hay gente, sino presos, pues con ese sistema de justicia, cada uno de nosotros carga sobre sus hombros la posibilidad de ser arrojado a un calabozo, cada vez que el odio y el resentimiento trepen al campanario de los gemelos del terror: Nico y Diosdado. El sistema de cárceles estalinistas denominado por Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag, se llama entre nosotros “Archipiélago Nicolás”. ¡Esa diputadita me tiene la piedra ajuera!. Métanmela presa,/métanmela presa! Eso sí, ¡”pal Internado del Estado Margarita”! Y “Los juristas del horror” resuelven. Como en los tenebrosos tiempos de Hitler…¡Que pena!
Sin tregua – “Juristas del horror”
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