Desde mi cátedra
La epístola pública que enviara al Presidente de la República, al que respetuosamente se dirige, y que diera a conocer a través de los medios escritos, el Obispo Emérito de Carora, Eduardo Herrera Riera, al leerla me transporté a un hecho, si se quiere análogo, ocurrido durante el período dictatorial de M. Pérez Jiménez. Transcurrían años en el país, que en un grupo de militares habían asaltado el poder desde 1948, derrocando al Presidente constitucional de aquel entonces, Don Rómulo Gallegos; entre ellos encontrábase, el personaje de marras, que a partir de 1953, se “adueñó” de la Presidencia de la República, con “rango constitucional”.
Existiendo una dictadura por sus características y ejecuciones, las organizaciones políticas, fuerzas vivas, medios de comunicación, y por supuesto la Iglesia Católica, daban muestra de inconformidad ante la situación represiva y limitante de libertades que imponía el régimen; y como consecuencia de la realidad que estaba viviendo el país bajo la tutela de Marcos Evangelista, sale a la luz pública el 1º de Mayo de 1957, la Carta Pastoral del Arzobispo de Caracas, Rafael Arias Blanco, en donde se hace un enjuiciamiento crudo y fuerte del caos político y social en Venezuela, en contraposición a la riqueza de quienes ostentaban el poder y todo su entorno, hechos que impedían según palabras del Prelado, “… a una gran masa de venezolanos de poder aprovechar, según el plan de Dios, la hora de riqueza que vive nuestra patria”.
Esta carta Pastoral va a ser leída en todas las Iglesia, con una connotación histórica por el coraje y valentía con que fue dada a conocer, por la realidad de su contenido, porque permitió romper el hielo de la censura existente, y a la vez encendió la llama del país adormecido e hipnotizado por la obra material realizada, para rebelarse y promover acciones opositoras más recias y concientizadoras, que al final dieron al traste con el régimen dominante, por espacio de 10 años, un 23 de Enero de 1958.
Pues bien, 55 años después, casi a la misma fecha (01/05), en situaciones parecidas en cuanto a la pretensión de perpetuarse en el poder a toda costa, de violentar la Constitución y las Leyes en beneficio de sus propósitos hegemónicos, atentar contra los Derechos Humanos de quienes le adversan, de ser un régimen ideologizante, totalitario y autocrático, además de todos los males que se han derivado de no gobernar con espíritu nacionalista, ni para el país en general, sino para fortalecer el proyecto personalista, sin talante democrático, camuflando el régimen “Comunistoide” con la palabra socialista, que no aparece en la Constitución.
Vistas las cosas así irrumpe en el escenario nacional, después de 13 años en el poder Hugo Chávez Frías, otra voz de la Iglesia Católica, venezolana, es la ya mencionada Carta del Obispo caroreño, quien angustiado como la gran mayoría de los venezolanos, escribe al Presidente con “… la sinceridad y el sano deseo que me mueve para hablarle con la mayor claridad”; y el Monseñor Herrera, como Ministro de Dios en la tierra, con un sacerdocio de alta jerarquía en nuestra iglesia católica, tiene el alto honor y la autoridad moral para orientar, enseñar y santificar a cualquier miembro de su Grey cuando sea necesario, al estar pecando en sus acciones y actitudes; y es el rol que ha asumido el Obispo como integrante de la Viña del Señor, y a quienes llamó El Libertador, “los discípulos de la santidad”. Y es que no podía el prelado emérito, como buen discípulo de Cristo, omitir la verdad de lo que está sucediendo en el país, hechos notorios y flagrantes que se palpan a diario, como la inseguridad y la violencia reinante, y lo más grave, la incitación al odio en todas las esferas sociales.
Cristo, en una frase piadosa se hace más vigente a través de los siglos, “La Verdad os hará Libres”, y por ello la Iglesia ordena y enseña a decir siempre la verdad, para ser digna, auténtica, constructora y redentora; por eso no son falaces las palabras del Monseñor C. Sánchez Espejo, cuando afirmó que “… los demagogos y los perversos temen tanto a la verdad. Y se esfuerzan por negarla abiertamente o por alterarla… saben que, desfigurando los hechos, abren camino a la revolución, y conocen que la vía más holgada para la siembra del mal es la de la calumnia”.
Monseñor Herrera Riera desnuda la personalidad y las ejecutorias del mandatario con crudeza y objetividad, al calificarlo de soberbio en su actitud, por lo que a su juicio, el Presidente, “ha cometido muchas y muy graves injusticias… y que Dios le tomará cuenta, si no corrige de inmediato esas graves faltas”; y es que no basta invocar a Dios cono histrionismo y manipulación para ganarse el reino de los cielos. En consonancia con la figura del cuestionado jefe de Miraflores, es propicio recordar el verso de Mario Benedetti: “Arrinconado en mis plegarias buenas / e inútiles, soberbio en mis acciones / que a nadie arriman ley o quitan penas, / aislado espectador de mis histriones, / histrión yo mismo como un árbol seco / que cabeceara para sus gorriones / guardia solemne de un instante hueco, / como saber, como saber, dios mío, / cuando invento virtud y cuando peco…”.
Estoy seguro que la motivación que tuvo el Monseñor Eduardo Herrero R., es producto, no de una postura oposicionista, sino que es una esencia de su formación apostólica, seguidor del mandato de Cristo, predicador y ejecutante del Evangelio; y como tal, con profunda vocación sacerdotal. Ha sido su misión e igualmente la de nuestra Iglesia Católica, ya que “… su objetivo principal es salvar a los hombres mediante la posesión de la verdad enseñada por el “testigo de las cosas divinas” que es Cristo…”, al decir de Sánchez Espejo, y lo ratifica Juan Pablo II, de esta manera,” Cando la Iglesia denuncia injusticias, se ajusta a las exigencias del Evangelio y del ser humano…”.
La firmeza del Obispo Herrera Riera, ha sido reflejo de su cualidad de hombre bueno, bondadoso, y como buen Pastor de su feligresía, siempre dispuesto espiritualmente a practicar el bien, actitud virtuosa en el sacerdote que ha alcanzado la plenitud jerárquica de Obispo de la Diócesis de su tierra natal, y hoy a esa edad y en su condición de emérito se hace más patente, como dijera SS Pablo VI,” la virtud se perfecciona en la enfermedad. Cuando estoy enfermo, entonces soy poderoso… y servir con amor al prójimo y que nuestra época presenta a nuestra misión”.
Compartimos plenamente, la posición pública del Monseñor Herrera, de quien nos sentimos orgullosos de ser su paisano, hijo egregio de la ciudad levítica y amigo de vieja data de la familia. Quiera Dios, sean interpretadas sus palabras, con el deseo más fervoroso, sano y santo de un sacerdote con fe.