El 15 de enero, Nicolás Maduro acudió a la Asamblea Nacional a objeto de presentar la Memoria y Cuenta correspondiente a 2013, y allí soltó su primera gran mentira de la temporada: “Se mantiene el dólar a 6,30 por todo el año”.
Era una perversa manipulación acerca de lo que, ciertamente, el Gobierno proyectaba hacer en materia cambiaria. Se ocultaba, con despiadada alevosía, el golpe que días después se iba a asestar a los venezolanos, apelando a argumentos insinceros, deleznables, y hasta disparatados, como el de cierta ministra, que, en una nación condenada a importar hasta el papel higiénico y casi todo lo que consume, se preguntó qué importa cuánto cuesta el dólar, “si el pueblo gana en bolívares”. Una soberana necedad que ni siquiera vale la pena perder el tiempo en rebatir.
Pues bien, el Gobierno eliminó Cadivi, luego de renegar en forma insistente, de cara a las gradas, acerca de las desviaciones del “cadivismo”, pero no corrigió sus grotescos vicios, ni atacó las causas por las cuales llegamos a este desbarajuste económico de pronóstico reservado; ni aplicó, tampoco, ningún tipo de sanciones a quienes, según la propia confesión oficial, fueron responsables de la “fuga” de ¡23.000 millones de dólares! en 2012. Y, encima, cuanto están haciendo con Cadivi es, en la práctica, un vulgar retorno al Régimen de Cambios Diferenciales (el tristemente célebre Recadi), como en los mejores tiempos de Jaime Lusinchi. A esto ha llegado la crasa ineptitud de los señores en el poder, de quienes sólo puede esperarse ruina, desolación, miseria. Tanto que despotrican de los “neoliberales”, de la “cuarta República”, para acabar reeditando uno de sus más nefastos monumentos, sinónimo de una corrupción alentada precisamente por las trabas.
Un millón de venezolanos en el exterior han sido vapuleados, dejados en el limbo. Su desarraigo, forzoso en buena proporción (estudios, trabajo, causas políticas), ha asumido el carácter de la expulsión. Es lo que en el fondo el Gobierno pretende que ocurra con todo el universo de molestos disidentes, como sucedió en la Cuba de las balsas. Por cierto, qué irónico: esto ocurre en Venezuela, cuando en La Habana comienzan a darse algunos asomos de apertura, aunque tímidos, como el del permiso para vender y comprar vehículos. Nosotros, pese al fementido discurso oficial, ahora tampoco somos libres de viajar, ni de escoger el sitio a dónde ir, en el exterior. Es un lujo, o placer, reservado a los próceres de la revolución. Panamá y Miami, por ejemplo, son ahora destinos prohibidos para el resto de los mortales, que en lo sucesivo tendrán que pagar más bolívares para recibir menos dólares. Todo pasa a través del omnipresente filtro de la restricción gubernamental, por el delator ojo del Gran Hermano, como en la profética y aterradora novela de George Orwell.
Se aproxima un drama económico (con hiperinflación incluida) y su posible coletazo de conmoción social, que quizá los periódicos no estaremos en condiciones de cubrir. ¿Es esa la idea, acaso? Cerca de 20 medios impresos se quedarán sin una sola bobina de papel en marzo. Los trabajadores de El Nacional tomarán las calles esta semana, angustiados por el riesgo de perder su fuente de trabajo. En otros estados del país la perspectiva no es menos desalentadora. El Guayanés, El Venezolano y El Expreso, acaban de interrumpir su circulación en el estado Bolívar. Hasta ahora van 12 en total. Se teme el cierre o la mutilación de otros diarios. Uno de los obstáculos más serios es el de la inmensa deuda que el Estado arrastra con los proveedores de papel y otros insumos. La situación específica de EL IMPULSO, duele decirlo, no ha mejorado en lo más mínimo. Después del alegrón, seguimos inmersos en una pasmosa e insoportable incertidumbre. Se han celebrado reuniones en Caracas con personeros del Gobierno, sin embargo no aflora una respuesta concreta, definitiva. Los funcionarios muestran disposición a dialogar, escuchan nuestros planteamientos, pero no resuelven. No terminan de aflojar las tuercas de una negativa plagada de dilaciones y engaños.
Insistimos. El presidente Nicolás Maduro debe asumir su responsabilidad histórica, no sólo de la boca hacia afuera. Es hora de hechos. No es lícito seguir escurriendo el bulto, ni persistir en la táctica de achacarle a otros, tanto en el pasado como en el presente, las secuelas de su propia negligencia. Dé la cara. Ya basta de evasivas. Exigimos una solución inmediata. No hay periódicos sin papel. Ni democracia sin prensa. Tan sencillo como eso.