Me llamo Venezuela, ¿y tú?

Me llamo Venezuela, soy madre de millones de hijos, unos buenos, otros malos y otros quizás indiferentes, pero son mis hijos y los están matando.
Cada día uno de ellos roba y mata a su hermano, porque la maldad se ha apropiado de sus almas y no se conforman con quitarles sus bienes materiales sino que acaban con sus vidas.
Vidas jóvenes unas, otras vidas ya cansadas de estar en esta dimensión, pero que tienen el derecho de seguir en ella hasta que Dios tenga a bien llevárselos. Y yo, como madre de todos, me preguntó por qué, cuál es la verdadera razón de tanto dolor en unos y tanto odio en otros, si todos son hermanos y nacidos del mismo vientre.
Un vientre que los mantuvo alejados del mundo real, cuidándolos con infinito amor y  pariéndolos con el dolor más hermoso que pueda existir. La triste respuesta me llega cuando mi mente empieza a recorrer las experiencias desde el momento en que nací, me encontraron hermosa, inocente, llena de riquezas y quienes las descubrieron se llenaron de avaricia.
Sin embargo, después de tantas violaciones y amargas experiencias, poco a poco se fueron sanando las heridas y mis hijos se fueron levantando, creciendo y madurando, yo me sentía casi feliz, porque en realidad la felicidad completa no existe, pero si hubo tiempos donde mis hijos, aún los malos, podían vivir sin mayores temores, la mayoría con deseos de progresar y labrarse un futuro limpio que heredarían sus hijos, mis nietos, y yo sonreía llena de esperanza.
Ahora, mis ojos se están secando de tanto llanto derramado, viendo como mi familia se está separando cada día más, como estoy perdiendo a mi hijos, unos los separa de mi la muerte, otros la distancia porque no soportando la incertidumbre de saber si mañana estarán con vida   se aventuran en tierras extrañas tratando de sobrevivir como mejor puedan pero con trabajo honrado, con la esperanza de poder, quizás algún día regresar, abrazarme y contribuir con su amor a que yo, Venezuela, pueda volver a sonreír.