Imposible no tocar el tema del asesinato de la actriz Mónica Spears y su esposo. delante de su pequeña hija, vale agregar.
Inmediatamente surgen palabras y sentimientos como impotencia, rabia, desconsuelo e ingratos recuerdos de experiencias propias o de personas allegadas.
Para algunos (me cuento entre ellos), la palabra que mejor describe lo que sentimos es “arrechera”. Y surge la inevitable pregunta: ¿de quién es la culpa?
Está muy claro que el principal responsable es el gobierno de turno, entre cuyas tareas está la de resguardar la integridad física, los bienes y por supuesto la vida de todos los venezolanos. Muy por el contrario, además de mostrar una total ineptitud en prácticamente todas las materias que le competen (seguridad, salud, educación, vivienda, vialidad, infraestructuras y un larguísimo etcétera), esta “revolución” se ha dedicado a fomentar una lucha de clases que induce a mirar de reojo, con desconfianza y hasta con rabia a cualquiera cuyo estatus social sea distinto al nuestro.
Ese discurso fragmentario hace que los menos favorecidos vean en los poseedores de bienes materiales, a un enemigo; a quien se puede y debe culpar de las penurias propias; a quien se puede expropiar sin empacho; y lo peor, a quien se puede y debe odiar. A menos, claro, que se trate de algún heredero, consanguíneo o político, del ungido. Este último puede tener todos los bienes que desee, sin importar de dónde provenga; y será digno de admiración, respeto y obediencia ciega.
Esta infausta misión segregacionista es la única en la que los rojos han tenido un éxito rotundo; para desgracia de toda Venezuela y sus ciudadanos.
Ese macabro éxito los hace liderar la lista de los culpables de este caso, donde uno de nuestros famosos representantes fue acribillado con saña, en lo que al parecer fue un intento de robo… tal como sucede, con mucho menos efecto mediático, cada veinte minutos, en cualquier parte de nuestra Patria.
Pero, ojo; no son los únicos culpables. Particularmente, me siento parte de esa lista. Soy culpable por vivir y sufrir la total ineficacia gubernamental y sólo hacer chistes con ello.
Soy culpable por escuchar ese macabro discurso y no contrarrestarlo con palabras y acciones.
Soy culpable por no fomentar un intercambio de opiniones, sincero y descarnado, con quienes aún apoyan esta vagabundería.
Soy culpable porque cuando veo las colas y colas de gente para comprar artículos de primera necesidad; miro hacia otra parte.
Soy culpable porque me da miedo salir a la calle y me parece normal.
… Y soy culpable por sentir esta descomunal arrechera y dedicarme sólo a escribir estas líneas.