No es un acontecimiento común y corriente el que los venezolanos estamos viviendo con la crisis del papel periódico. Para una sociedad moderna, la posibilidad objetiva de que sus diarios dejen de funcionar es, ni más ni menos, una catástrofe en términos de civilización.
Varios periódicos han venido alertando desde hace meses acerca de cómo la situación se va agravando. Entre ellos este mismo, que acaba de cumplir el primero de este mes ciento diez años, que se dice fácil pero que representa la cuarta parte de la historia de esta ciudad. Cadivi, el organismo gubernamental a cargo de la administración de divisas, no ha atendido la solicitud e esos medios ni da respuesta alguna que permite ver un desenlace pronto y satisfactorio. El autoritarismo procede con un tan olímpico menosprecio de los demás, desde la atalaya del poder y protegido por una impunidad que ha propiciado.
El papel periódico en Venezuela es importado, lo mismo que las maquinarias, repuestos y otros insumos de la industria periodística. Somos una economía import6adora de casi todo, incluso últimamente de petróleo, pues tan malo ha sido el manejo de la industria estatal que hemos tenido que comprar gasolina afuera para abastecer el mercado interno. El que esa dependencia de las importaciones se haya agravado tiene su origen, también, en las políticas oficiales. Las mismas que producen la escasez de divisas, la devaluación, la escasez de productos y los altos precios.
Los medios radioeléctricos funcionan por autorización gubernamental. Las emisoras de radio y televisión operan gracias a una concesión para usar una frecuencia en el espectro que es de la República y la administra el Gobierno. La prensa es más independiente. No necesita licencia para publicarse, pero en virtud del control cambiario y el modo de concebirlo por parte del actual grupo en el poder, depende en última instancia de decisiones gubernamentales en las cuales la discrecionalidad es amplia.
Conocida su meta explícita de alcanzar la hegemonía comunicacional, es fácil entender por qué se utilizan estos mecanismos administrativos para domesticar, censurar o promover la autocensura o silenciar medios de comunicación. Por eso, la interpretación de esta situación extrema creada por el silencio gubernamental conduce lógicamente a verla como una forma socarrona de censura.
Los medios impresos que con más fuerza sufren los rigores de la limitación a la posibilidad de comprar papel, son periódicos reconocidos por su independencia y la línea editorial crítica que han mantenido ante las políticas de este gobierno. Nos pasa aquí en El Impulso, cuyo eventual silencio sería una noticia luctuosa para quienes aquí escribimos, para quienes lo leemos desde niños y para toda la región que sabe que esta casa periodística es una de sus instituciones.
No puede sernos indiferente esta crisis y no lo es. Desde el punto de vista democrático es algo terrible, de consecuencias mayores en el funcionamiento libre de la sociedad venezolana. Por eso, uno protesta ante tamaño abuso con todas su fuerzas.
A los medios se les lanzan piedras desde el poder. Son culpables de todo lo malo, agentes de conspiraciones transnacionales, corruptores de las conciencias. También se le amenaza con la tijera de la censura. Todos recordamos el juego infantil de piedra, papel o tijera. Este gobierno, alérgico a la verdad y temeroso de la libertad, a los medios y los periodistas les da piedra y tijera, pero no papel.