Ser abogado implica la responsabilidad de ser idóneo en las actuaciones para con sus clientes y responder a la ética profesional; con mucha más razón aquellos profesionales del Derecho que ejercen el cargo de Juez, porque su oficio requiere ser imparcial. Recordemos una frase de Jesús: “con la misma vara que midas, serás medido” (Mt 7,2); todo esto nos invita a reflexionar y a analizar nuestro comportamiento cuando juzgamos, dado que tenemos familia, entre ellos hijos, y ¿cómo se puede pedir responsabilidad y ecuanimidad cuando no se da el ejemplo?
Es menester revisar el tipo de educación que estamos dando a nuestras generaciones futuras. Asimismo, los jueces, aunque no todos porque hay muy serios y responsables, no deberían prestarse a ser marionetas o títeres de los gobiernos de turno, hambrientos de poder y de riqueza. Hay que demostrar que la honradez no ha perecido ni perecerá, que la dignidad no se ha ido a los campos santos, sino que ondea y se alza en asta de valentía, porque ella es incorruptible.
Precisamente cuando hay decisiones pendientes de casos muy sonados a nivel nacional, sentimos recelo de cuál será la actuación del que juzga, y empezamos a elucubrar, pensando: ¿será apegado a su conciencia?, ¿está presionado para decidir?, ¿cuánto costará lo que va a decidir?, entre otras cosas.
Cuando se posee grandes principios éticos y morales es muy difícil caer en violación a la Constitución y las leyes, pero cuando se cae ello conlleva a un mal para un inocente. Como en algunos casos lamentables que al unísono la opinión pública pide justicia y que por capricho no llega la libertad merecida.
Nuestra sociedad debe ser más justa, solidaria e igualitaria, buscando la igualdad hacia arriba y no hacia abajo.
Que las banderas de todo aquel que juzga sea la verdad y una conciencia limpia, para poder mirar con los ojos en alto a la generación de relevo y sin necesidad de tener que bajar la cabeza.