Dicen: “la belleza está en los ojos del que la contempla”. Este adagio debe ser verdad porque los estudiosos del mundo aseveran que los cánones de belleza física están condicionados por la cultura. En otras palabras, lo que se considera lindo o deseable para algunos pueblos puede resultar feo, e incluso desagradable, para otros.
Mientras en algunas culturas, como la occidental, lo “hermoso” representa los criterios de cualquier concurso de belleza; en otras sociedades no está definido en términos físicos, sino más bien como ciertos caracteres que hacen al comportamiento.
La opinión de Donald Simon, estudioso de la materia, es que no existe un cuerpo deseable a la generalidad de los pueblos. Un ejemplo claro de ello es la consideración de la obesidad. Cada persona sabe lo que la gordura significa para su grupo social y actúa en consecuencia. En las sociedades en las que la comida escasea, ser gorda o gordo es señal de salud y estatus social. De ahí que en los pueblos del oeste de África resulten atractivas las personas obesas; cuando para otras culturas no lo es.
A diferencia de la belleza que no puede estereotiparse, lo que resulta desagradable está perfectamente clarificado y es universalmente aceptado: la suciedad, los olores corporales de arriba, de abajo o del medio (poco importa, repele igual); el mal aliento, así como ciertos flujos o secreciones que pueden aparecer en los órganos genitales. Vale este consejo: “si buscas pareja, comienza por un buen baño y un agradable perfume”.
Pero como en toda regla existen excepciones, aquí hacen su aparición los profetas de la antigüedad. Pensemos en Jeremías, Pablo o Juan el Bautista. Para nuestros parámetros de higiene diríamos que eran más sucios que cualquiera. Sin embargo, el magnetismo personal derivado de su función profética era lo realmente trascendente.
Por ello cuida tu cuerpo y busca maneras de reflejar tu orden interior en la forma en que te vistes y arreglas, pero recuerda que la mejor belleza y el más grande atractivo provienen de la cercanía con Dios, ¡cultiva su comunión!