Caminito que un día
En el capítulo del romanticismo venezolano, Abigail Lozano ocupa un espacio que los críticos no han podido soslayar por adversas que sean sus opiniones.
Fernando Paz Castillo escribió:
“El nombre de Lozano llega a España. En Poesías Selectas Castellanas, publicadas en Madrid en 1847, aparece una composición suya a Bolívar. Poesía que, según Torres Caicedo, ‘mereció justas y grandes alabanzas’; pero que Menéndez Pelayo critica diciendo que el autor ‘no concreta ni determina nada’”, opiniones en las que se expresan los contradictorios puntos de vista que su poesía suscitaba. (Reflexiones de Atardecer, Caracas, 1964, p.153).
Gonzalo Picón Febres, comparándolo con Maitin dijo que en Lozano había “… más calor para cantar, más vehemencia en la expresión, más música en los versos, más originalidad y audacia en las ideas, más vuelo en la fantasía creadora, y más dueñez y señorío en el manejo de los acentos rítmicos”, lo que no le impide decir que fue, “en relación con la época revolucionaria durante la cual pulsó la lira, uno de los más altos poetas que ha producido Venezuela” (“El Ensayo Literario en Venezuela”, Caracas, 1987, tomo I., p.54).
De 6 años el poeta, su familia se residenció en Pto. Cabello y luego de una pasantía juvenil en Caracas y de regresar a su nativa Valencia, a fines de 1847 llega a San Felipe, cantón de la Provincia de Barquisimeto.
De ese período en San Felipe poco se ha dicho pero allí trabaja como preceptor de una escuela de primeras letras.
En 1850, en la “Gaceta de Barquisimeto”, del 1º de agosto, se publica un poema titulado “El Pirata” de Henrique B. Hirst, texto que en el marco de las tendencias románticas debió impresionar a Lozano a quien se le acredita la traducción.
Como educador Lozano marcó huella profunda en los jóvenes que consideraban una fortuna muy especial haber sido sus alumnos, como lo expresa Heliodoro Artiles, uno de ellos en discurso pronunciado al finalizar el examen en la escuela que dirigía el poeta:
“No puedo concluir sin tributar a mi estimable maestro un testimonio público de reconocimiento, por la bondad y constancia con que cuidara de nuestra enseñanza, sin embargo de la carencia de elementos.
“Seguid, Señor en vuestras tareas, que en cada alumno tendréis un amigo, quien mañana dirá con orgullo ‘fui discípulo de Abigail Lozano, cuya fama, en el mundo literario fatiga a otro númenes privilegiados’ ”.
Obviamente Artiles conocía que Lozano era autor de varios libros muy apreciados no sólo en el mundo literario venezolano, sino en el gran público que con ellos alimentaba el alma romántica al uso de la época: Tristezas del Alma, de 1845; Poesías, de 1846; Horas de Martirio del cual escribió Pedro Pérez Perazzo: “Ya está en circulación su segundo libro de poemas (realmente sería el tercero), bajo el título de Horas de Martirio, cuando Abigail Lozano llegó a la ciudad de San Felipe en los últimos días de 1847” (Abigail Lozano, hombre y poeta de su tiempo. Caracas, 1958, p.28).
“Entonces, San Felipe –escribe Pérez- era una pequeña ciudad en reconstrucción… una ciudad de apenas cuatro calles renacía al norte de Valle Hondo. Una ciudad sin templo, cuyas calles comenzaban a buscar una segura salida hacia los cerros del norte.
En San Felipe se casa con María Ravell con quien tiene su primer hijo. En 1853 era concejal en San Felipe y como tal examinó a las niñas de una escuela dirigida por Vicente Vidoza (“Gaceta de Barquisimeto”, 199)
“Siendo romántico –dice Semprún- desenfrenado y furibundo, sentíase inclinado al partido conservador, concluyente señal de la confusión que reinaba en cuestiones de nomenclatura política” (op. cit., p.217), en tal condición forma parte de la conjura oligarca que en 1854 tuvo su epicentro en Barquisimeto, capital de la provincia, siendo designado secretario de la espúrea junta de gobierno que se constituyó luego del asesinato del gobernador Martín María Aguinagalde pero derrotada la insurgencia, algunos de sus promotores huyeron, otros fueron apresados, entre ellos el poeta Lozano a quien se confinó a Valencia donde escribió su “Oda a Barquisimeto” en la cual enaltece aquella vituperable acción oligárquica contra el legítimo gobierno de Aguinagalde, un hombre cuyo gobierno se caracterizó por su amplitud de criterio y por su gestión encaminada a la modernización de la provincia, política que las élites de hacendados esclavistas jamás aceptaron pues la misma golpeaba sus intereses, contradicciones que, finalmente, desembocaron en los acontecimientos que durante cinco ensangrentaron al país: la Guerra Federal, período durante el cual Lozano se ausentó del país para morir en Nueva York en 1866.