Estos días navideños nos remiten querámoslo o no, a pensar en medio de la práctica nacional de hacer cola hasta para recordar u olvidar, a pensar en el tema religioso más allá de pesebres y renos de San Nicolás.
Uno de ellos es la actuación del papa Francisco, quien seguramente se habrá granjeado no pocas miradas de reojo en un medio, el Vaticano, cuya historia no tiene mucho de ejemplar ni de cristiana. El cuadro colocado en lugar visible con la imagen de Pío XII y su consiguiente firma dando fe de que fulana de tal había recibido la bendición papal, fue en mi infancia merideña lugar recurrente. Y admirativa hasta que transcurrido un buen tiempo, me enteré que no era tan pío el Papa Pío, después de su relación con el III Reich.
Posteriormente, la imagen de Juan Pablo II frente al muro de las lamentaciones, solicitando perdón a los judíos por todos los horrores de los cuales fue cómplice la Iglesia católica, no sólo nos llamó a reflexión a creyentes y no creyentes, sino que abrió el camino para que hoy esté al frente de la Iglesia Católica Francisco, un latinoamericano, sencillo y crítico, formado en las filas jesuitas, quien capea la oposición y confrontación de un sector de cardenales inmersos en los intereses materiales y alejados de los fieles, especialmente de los sectores más humildes o segregados. Sectores ultra conservadores que olvidan las razones históricas que dieron lugar al nacimiento de la primera religión monoteísta en el mundo, el cristianismo, cuyas fuentes fueron bastante variadas y hasta contradictorias, pero que propuso una nueva manera de ver a al ser humano: la de ser hijo de Dios y prójimo de sus congéneres, poseer capacidad de discernimiento y decisiónen asuntos de conciencia y destino personal, lo cual a mi manera de ver constituyó una especie de revolución copernicana religiosa.
El muro de las lamentaciones tiene una fuerza simbólica insuperable. Creo que el paso dado por el Papa no sólo fue muy significativo dentro de la historia de la espiritualidad, sino dentro de los procesos reales y concretos en los cuales se siguen moviendo los seres humanos portadores de la misma. Jerusalem no es sólo símbolo para cada una de dichas religiones en el pasado, sino que en el presente es la materialización de las diferencias y de la intolerancia religiosa. Pedir perdón fue una prueba de buena voluntad y de apertura hacia los demás al mostrar hasta qué punto se pervierte el profundo sentido de búsqueda de trascendencia espiritual cuando la religión, cualquiera, se convierte en aliada y en consecuencia, cómplice, de los desafueros sociales de los seres humanos.
Sin embargo, tal solicitud abrió en su momento esperanzas que desafortunadamente no han sido realizadas. Hubiese sido alentador de haber sido imitado por los representantes de las otras religiones monoteístas, como los judíos y los musulmanes. De los primeros tomó el cristianismo en sus comienzos, la acendrada misoginia con la cual sigue lidiando en su seno durante siglos y de los segundos, bebió en algunas de sus fuentes originarias, de las cuales tomó no precisamente en préstamo, la escisión tajante de las fuerzas del mal y del bien; la luz y la sombra; la carne y el espíritu; el cuerpo y el alma.
La experiencia nos muestra cómo en los conflictos de larga data, su resolución tarda porque en lugar de impulsar acuerdos, las sociedades se estancan en una versión humana del perro que se muerde la cola. Para nadie es un secreto que la persecución de la cual han sido objeto los judíos durante siglos no pareció evitarque a su vez ellos repitieran la historia con los palestinos, ni que estos mostraran intolerancia con las religiones de los demás. Pareciera que la desolada orfandad en la cual se encuentra el humano ser, no sólo impulsara la necesidad de tener fe sino de imponerla, especialmente si las otras creencias adolecen de lo que podríamos resumir como visiones comunes sobre el más acá y el más allá.
La navidad ha terminado por representar en todas las culturas, símbolo de la paz y amor. Quizás nos permita pensar en lo cerca que estamos los venezolanos aunque algunos crean que están en líneas opuestas y puedan tenderse los puentes que nos permitan respetar las diferencias y los acuerdos, pues es en el aquí y en el ahora,donde se juega la esencia y el devenir de lo que somos como país. Y como ciudadanos.
Las voces de Penélope – Orfandades
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