Ledezma demostró ser un verdadero dirigente y estadista. Igual que Blyde. Será verdad tanta belleza.
Faltan pocos días para que se vaya el décimo quinto año de la “revolución socialista del siglo XXI”. Y este año del señor se lleva y trajo muchas cosas. En el primer trimestre del año que termina se fue el teniente coronel felón. Algunos creen que murió antes, pero total murió. Por más que Cuba trató de impedirlo y el gobierno ocultarlo, la realidad se impuso. El hombre invencible en las urnas electorales no pudo vencer a tan terrible enfermedad. Otros piensan que la mala praxis médica cubana apuró el desenlace fatal.
Para el hombre paz a su alma. Para el político todavía hay mucho que decir y contar. Antes de su partida dejó claras instrucciones de quien sería su sucesor. Y así fue. Su CNE, su FANB y todo su aparato gubernamental y por qué no decirlo, su pueblo, honraron fielmente sus instrucciones. El hijo putativo se hizo con el coroto. Victoria pírrica y malolienta, como él mismo diría, pero victoria al fin. Muchos pensamos, lo confieso, que era el fin del chavismo, pero parece que nos equivocamos. La copia ha resultado mucho “más peor” que el original. Y creíamos que ello era imposible. Pero se ha demostrado que en política todo es posible.
Muchos volúmenes se han escrito sobre el ahora comandante supremo y eterno. Unos ensalzando su obra y otros totalmente en contra. Pero la realidad, testaruda ella, cada día que pasa nos demuestra, a pesar de la hegemonía comunicacional y de la gandola de dólares comprando conciencias, que todo aquel paraíso pintado en cadenas nacionales solo quedó en palabras que el viento se está llevando. Catorce largos años diciéndonos: “vamos a hacer”, “vamos a acabar”, “la culpa es de la IV”, “el hombre nuevo”, “la nueva independencia”, “el rescate de nuestra identidad” y demás frases discursivas que se quedaron en puro bla bla. La pelona lo sorprendió habiendo logrado casi nada positivo pero si mucho negativo. El país que encontró cuando asumió el poder por allá en la postrimería del siglo XX, no se parece en lo absoluto a lo que nos dejó y menos a lo que en solo unos meses nos está “construyendo” el sucesor.
Antes de 1999 teníamos un país, con problemas, con corrupción, con debilidades, con todos los males, pero con todas las bondades de una verdadera democracia. A pesar de algunos políticos de la época, de algunos “notables” y de amos del valle, el país caminaba, progresaba. Su gente en buena media era feliz, se podía vivir. Se hablaba de muchas cosas, no solo de política. Los supermercados tenían productos para vender. Se podían comprar vehículos. Se podía alquilar una vivienda y hasta comprarla. Se podía viajar. Las morgues no estaban abarrotadas. Los puentes no se caían. Éramos ejemplo ante el mundo. El odio era algo poco común. Las grandes rivalidades solo llegaban hasta el Caracas-Magallanes. Se podía jugar una partida de domino entre un adeco, un copeyano, un masista y un comunista. Y nadie salía herido y menos muerto. No había listas discriminatorias. Un blanco conversaba con un negro y un rico con un pobre. Pero llegó el comandante y mandó parar.
Por allí hemos leído algunas cosas sobre el legado del comandante. Con todo respeto por el difunto, pero cuando se ha sido persona pública es difícil echarle tierra a su obra. Para bien o para mal. El “comandante supremo y eterno” nos deja como su gran legado un culto a la personalidad jamás conocida en este país, propia de los regímenes totalitarios, comunistas, fascistas. Nos dejó un país altamente dividido, lleno de odios. Barrios contra urbanizaciones. Oeste contra Este. Nos destruyó la moneda. Acabó con la industria y la agricultura. Destruyó nuestra gran industria: Pdvsa, Sidor. Acabó con la institucionalidad del Estado. Y de la FANB. La propiedad privada a punto de desaparecer. Una inflación record. Muchas devaluaciones y las que faltan. Apología al delito desde el propio gobierno. El “no hay” como respuesta cotidiana. No hay cabillas, no hay cemento, no hay leche, no hay harina, no hay café, no hay aceite, no hay repuestos, no hay vehículos, no hay viviendas. No hay ni buena salud ni buena educación. Se caen los viaductos y puentes. Las morgues se abarrotan y los hijos y nietos se van del país. Y tienen la cachaza de decir que tenemos patria. Malo, malo todo. La historia no lo absolverá. Se va 2013 sin ninguna esperanza. Viene otra devaluación. El BCV no se atreve a dar el índice de inflación. Y la gasolina. Adiós 2013 y que Dios nos agarre confesados para el 2014. Feliz Navidad y próspero año nuevo. Si se puede.
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