Durante catorce años continuos, los simpatizantes de Hugo Chávez lo seguían ciegamente. Nada que se dijera contra él, aunque fuera público y notorio, sus partidarios lo creían. La esperanza de que sus principales promesas serían cumplidas, por un lado, y la engañosa y abundante publicidad, por otro, mantuvo vigentes las expectativas que suscitaron su presencia y su discurso populista, polémico y sectario.
Década y media de mentiras, patrioterismo y manipulaciones se caló el pueblo venezolano. Afortunadamente, los hechos se han encargado de mostrarle a la gente, cuál es el perverso propósito del Teniente Coronel golpista. Hasta los niños comentan hoy la irresponsabilidad, la ineptitud y la incapacidad de Hugo Chávez, quien ahora pretende, aseándose el trasero con la Constitución, una segunda reelección. Hace varios años que él mismo se designó candidato presidencial, con miras a los comicios que se realizarán el siete de octubre. Le pasó por encima al Artículo 6 constitucional, y nadie, ni civil ni militar, ha intentado impedir el acto de usurpación.
A estas alturas sólo el pueblo, si todos salimos a votar, podrá detener un delito de tal magnitud. En los últimos días esta posibilidad luce más cierta. Las circunstancias son distintas a todas las anteriores. En parte por el descontento generalizado del país, con respecto al catastrófico desempeño de Hugo Chávez como Presidente de la República. Y en otro sentido, también porque “el bolívar ese” (así con minúsculas), al que se refiere el zuliano Andrés Ospino en una cuña del alto gobierno, ha osado usurpar la inmarcesible gloria de nuestro Libertador. Pero además, el candidato chimbo (inconstitucional) del régimen, de intransigente marxista, ahora se considera “asistente” de Dios. ¡Vaya megalomanía patológica!