Sobre el despido de Omar Lugo

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Ha ocurrido en Venezuela un hecho bastante inusual en el contexto muy movido de decisiones oficiales que afectan a los medios de comunicación, con impacto sobre el derecho ciudadano a la información. La Cadena Capriles decidió despedir, de forma abrupta, al director del diario económico El Mundo, Omar Lugo. Vamos atrás, iniciándose el gobierno de Hugo Chávez las presiones oficiales también surtieron efecto sobre este mismo periódico, entonces un diario generalista y de edición vespertina, con lo cual la familia Capriles despidió a Teodoro Petkoff de la dirección de ese medio. Aquella decisión empujó a Petkoff y un comprometido grupo de periodistas a fundar Tal Cual, pero esa es otra historia. Volvamos al asunto. Lugo fue eyectado de la dirección de El Mundo sencillamente para complacer al presidente Nicolás Maduro. Eso es lo que acaba de ocurrir y tomamos el caso para apuntar algunos de los síntomas que afloran con el nuevo ecosistema de medios de comunicación en la Venezuela gobernada por Maduro.
Me permito una breve digresión. Conozco a Omar Lugo creo que por 20 años. Me considero su amigo y le respeto profesionalmente. Tiene Omar una larga trayectoria fundamentalmente en medios internacionales, en los que demostró siempre ser un periodista obsesionado por el dato cierto, por corroborar lo que decían las fuentes y por tener un temple de independencia. Regresó al país hace pocos años cuando la Cadena Capriles decidió reconvertir al menguante vespertino El Mundo en un periódico especializado en economía. Fue una decisión acertada. Lugo participó de la reconversión del medio y, en un sentido general, podría decirse que este periódico es una hechura suya.
El caso Lugo simboliza al menos dos cosas. La primera y que termina de borrar cualquier duda, es que la Cadena Capriles está manejada hoy por propietarios y directivos que están al servicio del gobierno, que no tienen capacidad de independencia editorial. Hace algún tiempo compartimos -en este mismo espacio- nuestras dudas de que quienes aparecían como compradores de este consorcio realmente lo fuesen. Una cadena de mensajes en las redes sociales, divulgadas por personas vinculadas al chavismo, colocaba la cosa en estos términos: se trata de testaferros de un banquero, quien no podía ser dueño de medios debido a la ley de bancos, quien a su vez era el testaferro de un operador financiero que a su vez era en verdad el testaferro de un alto funcionario gubernamental. Se creó incluso una empresa de maletín como tapadera de la operación, registrada a última hora en una isla del Caribe con un capital sencillamente simbólico. El defenestrado Alberto Nolia ha insistido que el dueño verdadero de la Cadena Capriles es Tareck El Aissami, gobernador del estado Aragua. Un buen y bien informado amigo me dice que se trata de Rafael Ramírez, el poderoso presidente de PDVSA. Sea uno u otro, en realidad lo que pasó a vivirse dentro de los medios de la Cadena Capriles es una situación de clara subordinación al poder ejecutivo encabezado por Nicolás Maduro, quien pidió la cabeza de Omar Lugo y ésta, de inmediato, le fue ofrecida.
Junto a la subordinación política manifesta en la actual Cadena Capriles, el otro elemento que simboliza este despido es que el gobierno no tolera ni siquiera la información que emana de sus propios entes. La portada que despertó la ira presidencial sólo recogía y comparaba datos oficiales del Banco Central de Venezuela, para poner en evidencia que las reservas internacionales están en su nivel más bajo desde el año 2004. Esta elemento resulta sumamente preocupante ya que se une al CESPPA -que determinará cuáles informaciones del propio Estado afectan la seguridad nacional-, se suma a la campaña de descrédito en las redes sociales chavistas en contra de las cifras del Banco Central, y se combina con la decisión presidencial de “tumbar” la información en Internet sobre el dólar negro o paralelo. Todo apunta a un modelo en el cual la información económica que circule en Venezuela sea sólo la que complazca al régimen.

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