“Niñitas, vamos a cantar”

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Para no dejarme llevar por la profunda tristeza que me causa ver cómo día a día se destroza a Venezuela me he refugiado en hacer cosas que me gustan y me reconfortan. Todos los días aparto un rato de mis ocupaciones –y de la lectura de noticias, Twitter y la radio- para recomponerme. No es fácil ver cómo la ignorancia empoderada se impone y destruye todo lo que encuentra a su paso. No sé cuánto tomará la reconstrucción del país, pero si de algo estoy segura es de que yo no la voy a ver.
Trato de pasar el mayor tiempo posible con la gente que quiero. No voy a ningún lugar donde no quiero estar. Busco conversaciones interesantes con interlocutores inteligentes. Entrevisto personas que me enriquecen como ser humano, que me enseñan y me divierten. Disfruto al máximo mis clases. Enseñar es una actividad que desde que empecé hace más de treinta años me ha llenado de satisfacciones. Sigo en mi cruzada de divulgar al máximo el mensaje de mi libro “El anclaje del subdesarrollo” como aporte para el cambio de paradigmas en el país. Escribo, escribo, escribo. Y sueño. Sueño con las cosas que me gustan, con las que deseo ver cumplidas y evoco recuerdos que me son caros. Algo así como en la película “La novicia rebelde” -una de mis preferidas de toda la vida- en la escena cuando los niños y María cantan sobre sus cosas favoritas para sobrellevar una noche de tormenta. Fui una niña muy miedosa y cuando sentía miedo empezaba a pensar en cosas bonitas… mecanismos de defensa que todavía me siguen siendo útiles…
Hace un par de semanas, conversaba con las Profesoras Ana María Raga y Flor Marina Yánez de la Fundación Aequalis sobre unos talleres de canto que piensan comenzar pronto, uno para mamás e hijos especiales, otro para personas de la tercera edad, además de la maravillosa coral Aequalis Aurea para el que tienen abiertas audiciones. Hablábamos sobre el poder sanador de la música, sobre cómo ésta eleva el espíritu y sana heridas, cuando un recuerdo llegó a mi mente de manera intempestiva: nítido, preciso, lleno de amor. Siempre me ha gustado cantar y aquella experiencia, guardada en el fondo de mi mente y de mi corazón, apareció como un bálsamo:
Cuando estábamos en el Colegio Sagrado Corazón, cinco de nuestras mamás se turnaban para llevarnos, de manera que cada día le tocaba a una de ellas. Éramos siete niñas pequeñas, inquietas, habladoras, en ocasiones peleonas, que recorríamos un buen trecho de Caracas todos los días para llegar al Alto Hatillo. Una situación que hoy, como mamá, sé cuánto me enervaría si fuera yo quien tuviera que hacer el transporte. Un día, Carmen Losada de Isasi, una de las mamás, desesperada por la bulla, decidió ponernos a cantar. Ella era miembro de la Coral Vinicio Adames. “A ver, niñitas, vamos a cantar”. Al principio nos reímos y seguimos con el alboroto, pero ella, sin hacernos caso, comenzó con el canto. Recuerdo que fue el Canon de la Orquesta: “discretos violines, sonando sus cuerdas, una melodía entonando van…” Fuimos callándonos poco a poco, hasta que solo su voz se escuchaba en el carro. Empezamos a corearla. Cuando dominamos la primera estrofa, pasamos a la segunda del canon: “el clarinete, el clarinete, dice dua dua dua dete, el clarinete, el clarinete, dice dua dua dé…” Y luego la tercera “aparece el pistón, tararatatá, tararatatá tatá” y la cuarta “el corno, el corno, canta así…” … Estábamos fascinadas de escuchar los hermosos sonidos que producían nuestras voces.
Más tarde siguieron La Marcha de la Creación de Haydn, “de cara al viento saldremos al camino, con ansias a buscar la claridad del sol…” “Noches larenses”, “Sombra en los médanos”, “Frère Jacques” y tantas otras. Los martes se convirtieron en el día favorito para ir y venir del colegio.

Hoy, que necesito asirme de mis cosas favoritas, no sabe Carmen con cuánto cariño y gratitud recuerdo aquellos días de cantos que trocaron el calor y el apretujamiento en magia. La Venezuela que se nos fue. La que espero que regrese.

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@cjaimesb

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