Existen palabras que nunca se olvidan, muchas de ellas marcan la vida de un ser humano, sea para bien o para mal. Es necesario reflexionar en esto, ya que una palabra puede llegar a tener mucho poder en la vida de nuestros hijos. En un minuto es posible destruir lo que tanto se ama. “¿Acaso no puedes hacer nada bien?” O “¡Bien hecho, te felicito, lo vas a lograr!” Unas pocas palabras pueden hacer la diferencia.
Muchas veces no se recuerda el valor de los obsequios, pero hay palabras que no se olvidan fácilmente, que se recuerdan toda la vida. Son palabras que van perfilando la identidad: Si eso significo para mi papá, eso soy.
Cuántas veces bajo los efectos del enojo, o el cansancio, lanzamos expresiones hirientes como: “¡No sabes hacer nada!” Estas palabras, para los adultos, no son más que expresiones de enojo o frustración, pero para el niño son un recuerdo perenne de la desaprobación de sus padres, de sentirse ridiculizado por aquellos a quienes tanto ama. Muchas veces el adulto toma en poco la forma en que expresa el amor hacia un niño, porque le resulta difícil comunicar sus sentimientos, ignorando de esta manera, que las palabras pueden marcar la diferencia.
El enojo, la prisa, el cansancio, el rencor, la envidia y la ira hacen decir cosas sin sentido que lastiman a quienes amamos. Contrariamente, palabras como: lo ciento y perdón pueden obrar maravillas en nuestras relaciones con los demás y en la forma en que ellos se valoran a sí mismos.
La autoestima es la percepción que tienen las personas sobre sí mismas. Dice del mucho o poco aprecio que se tienen. Si está conforme con su apariencia física, inteligencia, comportamiento, y habilidades. La autoestima la comienza a desarrollar el niño a muy temprana edad. Si papá y mamá hacen un buen trabajo, el niño crecerá con un gran amor propio y le será fácil aceptarse tal cual es. El pincel más hábil para forjar una buena o baja autoestima son las palabras.