Las tribulaciones diarias que sufre la familia venezolana ante el desabastecimiento y la escasez de los productos de la dieta alimentaria se están agravando cada día y cada minuto en todos los rincones del país, levantando una nube negra de pasiones y resentimientos que nos está llevando a un caos social y pudiera ensombrecer la terrible situación de zozobra que se vive en cada hogar.
Se siente en el ambiente una gran preocupación en la gente, expresada en el creciente nerviosismo, la crispación y la falta de convivencia entre los habitantes, desatándose una intolerancia que raya en la agresividad y hasta en la violencia física por conseguir en el mercado un paquete de harina para la arepa diaria, el papel higiénico, el azúcar. Sin darnos cuenta estamos presenciando conductas de hordas, de manadas salvajes capaces de arrasar con todo con tal de garantizarse la sobrevivencia.
Han venido sucediendo una especie de miniexplosiones sociales en varios municipios del interior, intentos incluso de saqueos, agravados recientemente por las declaraciones de voceros del Ejecutivo al incitar a tomar los comercios de la línea blanca, como sucediera en Valencia con el asalto a la tienda Daka. Soy del criterio que el Gobierno Nacional está jugando con fuego al incitar a saqueos para esconder el fracaso de su política económica y el hundimiento de un proyecto político rechazado incluso por sus decepcionados partidarios.
En tal sentido llamo la atención de un hecho que no es casual ya que se ha repetido en numerosas ocasiones tanto en la capital Caracas, como en ciudades del interior, lo sucedido en Cabimas el pasado 09-11-2013 donde ocurrió una trifulca por comida en el Mercal y se afectara con gas lacrimógeno a 21 personas, entre ellos niños, mujeres embarazadas y personas de la tercera edad.
En pocas palabras, madres de familia emplearon 14 horas de su tiempo para comprar unos paquetitos de arroz, papel higiénico y azúcar, bajo un sol inclemente con hijos menores de edad. Situación presentada como una oportunidad por el alto costo de la vida y los bajos salarios incapaces de adquirir la canasta alimentaria revendida hasta por 5 veces su valor.
La respuesta del Gobierno nacional a este drama colectivo no puede ser el vacilón de colocar baterías antiaéreas en los barrios y urbanizaciones, montar una cacería de brujas a empresarios por fijar precios surgidos de una espantosa política económica, que ha malbaratado las divisas en acciones plagadas en despilfarro y corrupción o trucar una guerra económica para fabricar una noche de los cristales rotos de la alemania nazi.
Utilizar el poder para beneficio propio es un delito, pero manipular y jugar con la condición de vida y la paciencia de un pueblo es mucho peor, es criminal. Por tanto en el momento más difícil de nuestra historia republicana, se impone a quienes gobiernan cuatro dedos de frente y un gramo de sensatez para resolver esa pesadilla de conocer el infierno para alcanzar un plato de comida.
Conocí al infierno cuando fui a un Mercal
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