Soledad Bravo: “Iba camino al estrellato, pero elegí algo más”

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Venezuela aplaude a Soledad Bravo desde que subía al escenario con temple, en la tierna juventud, acompañada de su guitarra.

Soledad Bravo ha luchado por Latinoamérica a través del lenguaje universal.
Fue descubierta por Sofía Imber y desde el lanzamiento de su primer disco, a finales de los 60, su carrera ha sido indetenible.

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Pasan las generaciones, pero su estilo jamás. Y es que la hija adoptiva de este país ha renovado el repertorio del Continente.

Las letras de Violeta Parra, Joan Manuel Serrat, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés han desafiado nuestros sentidos en la voz de Soledad Bravo, embajadora de la canción hispana, intérprete de las realidad y querencias de multitudes.
“Soledad Bravo simboliza la fuerza de la música hecha canción y de la canción hecha mujer. Por eso ¡Bravo, Soledad Bravo!”, dice el maestro Aquiles Báez.

Entre canciones de protesta, folclor, jazz, salsa, boleros, bulerías o rancheras esta artista ha escrito varios capítulos de nuestra historia sonora.

Artista pero también esposa, madre y abuela, ella se apartó de las banalidades de la fama para entregarse a la familia y compaginar su día a día con la música que tiñe de magia su existencia.

Doble celebración

La prodigiosa intérprete está de júblilo: cumple 70 años de vida el 13 de noviembre. Además de sus 50 años de carrera.
“En realidad no son 50 años cantando. Doy por abierta mi aparición profesional con mi primer disco en 1967. Pero me la he pasado cantando en Catia, en el colegio, en la universidad. Por eso yo siento que ya son 50 años”.

Cerca de celebrar su cumpleaños número 70, afirma que su voz está mejor que nunca.

“Siento que canto estupendamente y no lo digo con falsa modestia… Es algo así como el vino viejo”.
La pasión sobre el escenario no ha desaparecido. Para la artista natural de Logroño, España, cada encuentro con el público es único. Podrán repetirse los temas, pero no la química.

Poco ha cambiado desde su debut. El carisma y compromiso siguen intactos, también las emociones que la invaden antes de cualquier presentación. “Me gusta ir al escenario con todos los nervios que me atacan, y vencerlos luego de la primera estrofa”.

Ni es supersticiosa ni cumple con rituales antes de la presentación. Pero confiesa que omite algunos colores en su vestuario. Es cuestión de gustos y un acto completamente inconsciente.

“Debo confesar que no me gusta ponerme ni amarillo, ni marrón. Me he fijado con el paso de los años. Una vez utilicé un vestido marrón con Pablo Milanés, pero sería la única vez”.

-Hace pocas semanas compartió en el escenario Aquiles Báez y Laureano Márquez. Junto a este par arrancó su celebración ¿cómo fue la experiencia?

-La verdad es que Laureano es extraordinario, con su gracia fue un invitado especial, me puso a un público bello que me recibió con los brazos abiertos, ¡fue grandioso!

Aquiles me acompañó en canciones que él escuchó de niño. Para mí no era cantar por cantar. Esos temas tenían que ver con la vida de Aquiles. Fui sumamente feliz en mi preámbulo de fiesta.
-¿Cuánto tiempo sin visitar Barquisimeto?

-Mucho. Más de cinco años. Aunque el tiempo relativo. Estoy muy contenta por volver a Barquisimeto, sobre todo al Teatro Juares que es patrimonio.

-¿Y cómo describir el espectáculo que prepara en la capital musical el próximo 16 de noviembre?
-Será un concierto íntimo y hermoso porque da testimonio de una vida, pero desde otro punto de vista: sin faramallas, sin subterfugios, sin nada.

Con desnudez muy sincera, con un trío acústico extraordinario integrado por Alberto Lasso en el piano, Carlos Rodríguez en el bajo y Nené Quintero en la percusión. El trío acústico es versátil porque hemos tenido que adaptar mi repertorio, que está lleno de sorpresas, a ese formato más pequeño. Tendrá mucho amor.
-¿Qué canciones traerá?

-Es díficil enumerar los temas, porque el tema importante soy yo (bromeó). Voy a hacer un concierto con bellas canciones que me han acompañado toda mi vida y algunas que no aparecen en mis discos. Y le cantaré una canción a mi madre. Momentos antes de su muerte yo canté Caminito, de Carlos Gardel. Cuando ella partió quedé muy impactada porque ella amaba esa canción.

-¿Cuáles son esas canciones que atesora… que nunca olvida?

-La verdad es que en ese “baúl de tesoros” aparecen canciones de toda naturaleza, índole rítmica, musical y melódica.
Es díficil hablar de una canción específica, porque todas son importantes para mi.

Interpreto con tal sentimiento y me gusta tanto lo que hago que es complicado nombrar algunas. En este momento mi disco duro tiene miles y miles de canciones que pueden aflorar en cualquier momento, desde las fiestas familiares hasta cuando estoy concinando o estoy en el teatro.

-¿Qué representa la música y la poesía para Soledad Bravo?

-Han sido muy importantes. Cuando estaba pequeña mi papá, que era maestro de escuela y buen pedagogo, siempre cultivaba el amor por la música, por la poesía, por la cultura.

Recuerdo que entre mis primeras lecturas de poesía, a los 12 años, eran de Antonio Machado.

Memorizaba sus versos, tanto así que en mi primer viaje a España llevé el libro con las obras completas de Machado y cuando iba en el tren pasaba por Soria, Sevilla y me emocionaba enormente.

Qué importante es comunicarse con un poeta que refleja el sentir popular, el sentir individual.
-¿Cuáles han sido los retos que ha superado en estos 50 años de carrera?

-Muchísimos. Cuando uno canta y entra al mundo artístico no sabe lo que hace (risas).

Todo es hermoso hasta que aparecen los retos de asumir eso que haces como si fuera una carrera. Me enfrenté a cosas que nunca pensé podrían existir, como la maldad humana, las zancadillas.

Más allá de lo musical, he tratado de mantener la pureza que cualquiera estima y lo considera sagrado. Conservar la pureza es mi reto.

-Y también han sido 50 años de satisfacciones…

-La vida y la carrera están totalmente unidas.

En un momento determinado yo iba por el camino del estrellato, en España. Pero sentí mucho miedo, tal vez porque soy escorpiona y cuando tengo demasiado éxito me clavo el aguijón.

Iba por ese camino cuando pensé que era espinoso, porque cuando la gentese dedica tanto a la fama, sin importarle más nada hasta obsesionarse, se priva del humanismo que ha querido cultivar.

Realmente elegí otra cosa, algo más, especialmente cuando conocí a Antonio Sánchez, mi esposo.

El amor te da cosas maravillosas y también hace que pierdas otras, pero sin arrepentimientos.

Quizás no tuve la carrera que prometía ser absolutamente brillante, pero sí con éxito y eso está bien.

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