Ventana abierta – Cuando un amigo o un hijo se va

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Para recordar: “Sin discusión, grande es el ministerio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1ª Timoteo 3:16).
Este artículo está dedicado especialmente a todo quien haya perdido a un ser querido; con especial mención a la familia Gutiérrez Álvarez, e igualmente, a toda la gran familia Gutiérrez Amaro, quienes sufren el dolor de la muerte de Jorge Enrique, ocurrida el domingo 20 de Octubre de 2.013.
Cuando un amigo se va// queda un espacio vacío// que no lo puede llenar// la llegada de otro amigo… Así comienza y termina la canción del argentino Alberto Cortéz y popularizada, entre otros, por Facundo Cabral. Dicha canción tiene argumentos muy interesantes que nos hace preguntar: ¿Quién puede llenar el vacío que deja, no solo un amigo, sino también un hijo?
Nos atrevemos a responder a los padres de Jorge Enrique: William y Teresa, a sus hermanos, a su esposa Oneisi Lesser e hijita Naomy, tíos y amigos, que solo nuestro Dios (Padre), Jesucristo (el Hijo) y el Espíritu Santo, pueden llenar el vacío (poco a poco) que deja la desaparición de un hijo, o un amigo.
Conocimos a Jorge Enrique más pequeño. Muchacho bien educado, respetuoso y callado. Mi esposa Susana y quien escribe compartimos con él, cuando estaba adolescente, en el “Club de Conquistadores” en La Concordia (versión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, como decir los “Boys Scouts”). Luego creció y nuestro amigo Jorge se fue, y aunque lo veíamos poco, nos entristeció, cuando nos enteramos que enfrentó el sueño de la muerte, y pensar que no podíamos ver más a nuestro apreciado amigo.
Tan solo nos queda la esperanza que el Señor Dios, si es su voluntad, lo resucitará entre los muertos cuando Cristo venga por Segunda Vez.
Por otro lado, los que hemos visto la muerte de un familiar o un amigo; especialmente los padres, tal vez, lograremos entender lo que debe haber sufrido nuestro Dios cuando no pudo rescatar, evitar, detener, posponer la muerte de su propio Hijo por todos nosotros (la raza humana) ¡Qué dolor! ¡Cuánto sufrimiento!
El mismo Jesús, en el Getsemaní, un poco antes que se iniciara su arresto, sufrimiento y muerte, dijo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
El Comentario Bíblico Adventista, tomo 5, en la página 276 dice: “La encarnación de Jesús es un milagro sublime e insondable. El era en forma de Dios (Filipenses 2:6; Juan 1:2)…  pero como Rey de gloria, prefirió devolver el cetro a las manos del Padre (Deseado de Todas las Gentes, DTG, p. 14), a fin de que fuera un poco inferior a los ángeles (Hebreos 2:7-8, BJ), semejante a los hombres (Filipenses 2:7)” ¡Todo por amor a nosotros!
Tal vez por ello, el apóstol Pablo termina nuestro texto para recordar diciendo: “…predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria” (1ª Timoteo 3:16).
Cristo se hizo amigo de los doce discípulos, y después de resucitar fue trasladado al cielo. Debe haber sido muy duro para todo seguidor del Redentor dejarlo de ver. Sin embargo, Cristo les aseguró a ellos y a todo el mundo que sería más que amigo, un hermano: “Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana… ” (Mateo 12:50).
Elena de White señala: “… el hecho más precioso para los discípulos fue ver el ascenso al cielo, en la forma tangible, de su divino Maestro (ver Hechos 1:11). El último recuerdo que habían de tener los discípulos de su Señor (Jesucristo) fue como el Amigo que simpatizaba ‘con ellos, se convirtió’ en el Redentor glorificado… (A fin de conocerle, 7 de marzo, p.73).
Cristo se fue vivo, victorioso y resplandeciente al cielo, listo para retornar por Segunda Vez. Por ello, está vigente nuestra bendita esperanza que muy pronto nuestro Salvador, el Amigo, el Hermano, Rey de Reyes, Jesucristo, el propio Hijo de Dios, regresará a la tierra para buscar y llevar al cielo, a todo “aquel que crea en Él” (ver Juan 3:16).
Gracias a Dios, porque cuando Él lo disponga, o lo crea conveniente, vendrá y jamás habrá alguna separación, ni en cielo, ni en la “nueva tierra”. Amén.

www.ventanabiertalmundo.jimdo.com

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