El editor de Sexto Poder y El Comercio está detenido en los sótanos de la Inteligencia Militar. Ha perdido más de 20 kilos en su huelga de hambre tras las rejas. Se le acusa de legitimar capitales, tener dólares, ser capitalista en suma, crimen de lesa majestad en los disidentes según el catecismo comunista.
Lo cierto es que a Leocenis, algunos hasta le niegan su condición, obviando que la libertad de prensa es derecho de todas las personas según la Convención Americana. Ejerce el periodismo en La Razón, Las Verdades de Miguel, 2001, Reporte de la Economía, hasta que funda un semanario. Viene de la Venezuela profunda, la materialmente pobre pero sin duda bregadora, partiéndose el hombro como dicen sus vecinos de antaño en el Barrio El Silencio del municipio zuliano San Francisco.
Su padre, quien lleva el mismo nombre, también hace huelga de hambre ante el Palacio de Miraflores. Pide la indulgencia presidencial para su hijo, sin reparar que la humanidad es mercancía escasa para el G2 cubano, que cuida y vigila a Nicolás Maduro.
Conoce la cárcel. Estuvo en una de las peores, Tocuyito, luego de ser torturado en 2008 por la policía del gobernador de Carabobo, Acosta Carles, cuyas cuentas no quedan claras después del affaire de Walid Makled, capo narcotraficante quien dijo haber financiado a generales y ministros del chavismo.
A partir de 2003 se hace notorio por sus denuncias contra la podredumbre petrolera. Identifica, corajudo, los turbios negocios del oro negro dentro de Pdvsa. Habla de «constituyente petrolera» y agita a los trabajadores de su tierra de origen. Se identifica con el «chavismo sin Chávez», hasta que en un arrebato sin explicaciones – ese de 2008 – llega a El Periódico de Naguanagua y causa destrozos en su antesala. Su director, Francisco Mayorga, sin decirlo, deja en evidencia que algo grave pudo ocurrir entre el periodista y los propietarios de dicho medio.
Al salir en libertad otra vez desenfunda su arma con «balas de tinta» y Sexto Poder se hace grupo y diversifica. Edita El Comercio. Predica desde sus páginas y en las del semanario una Constituyente para salir del régimen y llegado el 2011 lo persiguen el PSUV y la Defensora del Pueblo por publicar una fotografía del Contralor Russián, agonizante, antes de viajar a La Habana para también morir allí, en la Meca de los chavistas. La Fiscalía y la justicia penal revolucionaria le juzgan, asimismo, por circular una composición fotográfica satírica de las «damas del poder», entre éstas Cilia Flores, pareja de Maduro.
Lo cierto es que muerto Chávez Leocenis no se ceba en sus diferencias, pero Mario Silva, el «speaker» del Estado, lo denuncia por afán de lucro al vender una revista con fotos de aquél: «Enemigo del Comandante Chávez, acérrimo enemigo de la revolución», afirma desde la pantalla de VTV. Pero ¡he aquí el pero! Llegado 2013 y vendidas a los «boliburgueses» las joyas de la corona, léase Globovisión, el editor tramita la compra de ATEL TV, señal zuliana, para hacerse de la audiencia opositora que de suyo perdería el canal de La Florida. Y Conatel se lo cierra. Y Leocenis es hecho preso otra vez, por la pretoriana del régimen: la Guardia del Pueblo, que lo llama «amarillista». Y al salir se pone en huelga ante las puertas de la Oficina de la OEA.
Tozudo, irreverente, sin temores siquiera ante la muerte segura que le puede sobrevenir, amarrado a su causa de Quijote o a su locura, como la de don Alonso Quijano, Leocenis es traicionado por uno de los suyos. Un «colectivo social» del Barrio Negro Primero de Petare – marginales con vínculos en la Suiza de los «boliburgueses» – le siguen la pista a un estado de cuenta en dólares y arguyen ante el Ministerio Público que se trata de dineros del editor para conspirar contra la estabilidad del inestable régimen de «los causahabientes».
Lo ominoso, hoy, es el saldo. Un periodista está preso por jugar sin agenda amarrada, hacerse incómodo y desafiar a la corrupción, que a buen seguro se le acerca para tentarle con dinero o acaso decir después que éste se los pide para no atacarla. Un periodista con ambición camina – sin apóstoles que le defiendan – hacia su Gólgota, por irritar desde sus columnas. Y una legión de periodistas queda desempleada. La Justicia cierra sus fuentes de trabajo y le impide la práctica de la democracia. Los medios no importan, el fin se logró.
Al paso, pues, Maduro y Cilia, Cabello y Ramírez y hasta Jaua, el último de la cola, quedan satisfechos. Sexto Poder no circula ni controlan. El asunto tampoco cuenta para algunos opositores, con miedo a morir del mismo mal y para quienes Leocenis fue por igual uno de sus críticos, que tiene un pecado original: Creyó en 1999 que Chávez era la solución.