Invisible

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“Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.”

Antoine de Saint Exupery

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“En todo encuentro… hay un personaje invisible y siempre activo: la imaginación”
Octavio Paz

I. Velado
Podría probar, por lo inaudito en torno a la desembocadura, que la existencia reserva un eficaz enlace con lo invisible, lo volátil, con aquel postor que nos ronda tras bastidores, a fin de retenernos entre la inquietud y la vacilación. En ese ambiente obnubilado me dirigí, luego de recorrer un atajo velado hasta donde alcanza la mirada, a un lugar chocante donde todo brilla inagotable, pero nada está infaliblemente despejado; un vergel para encantados e invidentes.
Vagabundo la encrucijada prende sus secretos. Una vía rota a la luminosidad. Todos exhibiendo la ración que menos pertenece e identifica. Expuestos a la intemperie, lucimos los trapos al sol. La jornada solar, una tras otra viene con la opalescencia de nuestro aspecto y el candor del asombro, con una palma ocupada en el disimulo y la otra duramente atraída al abismo.

II. Plomizo
La bruma es el alma de un hábitat donde el astro da más lobreguez que resplandor. La isla rodeada de brisa Caribe, nos acaricia salándonos. Y la gente nos tiene resecos por la frivolidad. Pero nada sala tanto el ambiente como gobiernos malos y precios que se pierden de vista. La época atiborrada de errantes plena las playas. Los turistas atiborrados de plomo en el ala no le ven queso a la tostada. He pasado de la calle a la playa sin pasar por home ni cobrar doscientos. Y nada es tan pesado como un plúmbeo chaparrón a la orilla del mar.
Un amigo que llegó de Estar dos Unidos se vino mustio e invernal y del verano dijo, es para latinos. También mencionó que lo atrae el destello sideral y el litoral salino, pero no comulga con los amigos de lo ajeno que ahora van como bárbaros piratas tras la carnada de nadadores e incautos. El pasaje sigue pesado y el cúmulo plomizo dibuja el panorama gris.

III. Vislumbrado
En la base un volcán escarpa la cumbre de una montaña puntiaguda. Paralelo al mar va de guardacostas intercediendo entre el océano y el paraíso. Mis vistas gimotean. El cielo me observa sin dogma. La hora no es de Cronos ni el cuerpo gustoso de la italiana, de Afrodita. Aquí sigo esposado al cordón de viento; me atan las nubes. Planeo sobre el cráter al Olimpo y la tijereta revoloteando, corta el lienzo del firmamento.
Nunca fui tan natural, ni mi naturaleza tan humana. Jamás soy tan casto como para no desterrar lo que me saque la piedra. La piedra que era Cristo no es el peñón de Gibraltar. Y menos el Guayamurí o el Matasiete. Las luces cortas, las vías lunáticas, el hampón como algarrobo y el lugareño boyan con la visita. Las islas no las hunden los oleajes, o las mareas la sumergen las malas gentes.

IV. Vaporoso
El acalorado clima evapora el pensamiento. El ardor de las municipales vaporiza la paciencia. Y la tormenta de la inflación evaporiza el estipendio. El cambio no es climático, el cambio es político, pero la politiquería no cambia. Cambiaría la savia por un gobernante sensato. Los sensatos no cambian el cesto por el postulante, y los elegibles parecen de todo menos candidatos. En la isla es el vapor de agua el único que siempre gana las elecciones.
Regreso columbrado de la playa hasta donde empecé. Cae la tarde y la noche tiende su túnica de sombra. Resguardo mis ojos apagados. Y la isla vuelve a ser más invisible que nunca.
Marcantonio Faillace Carreño

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