Seis de cada diez estadounidenses se oponen a una intervención militar en Siria. Tal vez esta realidad haga pensar al gobierno de Obama, que pudiera retardar unos días o diferir por unos meses la decisión de atacar directamente a ese país. Pero lo que indudablemente no cambiará es la decisión de Washington de reordenar África y el Medio Oriente de acuerdo con los planes de reforzamiento de su hegemonía mundial, concebidos luego de finalizada la guerra fría, en la que ese país fue vencedor. En este caso no se trata de un escenario de la lucha contra el terrorismo, puesto que Damasco no ha sido acusado de participar o respaldar esas actividades.
La decisión es sustituir la vieja arquitectura de poderes en el Medio Oriente por una nueva, distinta a la de la época del anterior enfrentamiento Este-Oeste, con nuevos aliados y capas gobernantes. La experiencia les ha mostrado que los gobiernos laicos y civiles han sido una fuente de contención del poderío americano, aun en el caso de amigos tan fieles como Mubarak en Egipto. Pero nada más fiel, a la hora de la verdad, que los reinados, principados y gobernantes religiosos, como Arabia Saudita, Qatar o la Turquía de Erdogan. De allí la apuesta a favor de las corrientes del Islam moderado, conservador en los hábitos y la cultura interna, pero pro estadounidenses en política internacional.
Para alcanzar el objetivo propuesto, se ha seguido el camino de explotar a fondo las divisiones religiosas y étnicas en la región, en particular las rencillas entre chiitas y sunnitas. De este modo se fracturan, en la base, esas sociedades, se debilitan o hacen desaparecer sus estructuras estatales y se les vuelve débiles sultanatos cuyas élites dependen de los apoyos externos. Como se sabe, sin Estado, no hay nación, como sin iglesias, religión. Esto explica el respaldo brindado desde Washington al movimiento de la Hermandad musulmana en Egipto y las coincidencias y puntos de encuentro con el terrorismo de Al qaeda.
Las otras dos potencias mundiales han reaccionado tardíamente frente a estos planes de su competidor. Lo que en Siria comenzó como un reclamo ciudadano de modernización democrática en el surco de las primaveras árabes, se ha convertido en un conflicto estratégico. Estados Unidos considera que la región pertenece completamente a su área de influencia, por su condición de ganador de la guerra fría, y por lo tanto sus gobiernos deben ser reorganizados a conveniencia. Las formas políticas de democracia o dictadura importan poco, como tampoco si se actúa o no violando el derecho internacional, porque se trata de una cuestión de poder.