Pensando en voz alta…

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El viernes pasado cumplí cincuenta y cinco años. Nunca he sufrido crisis de edad, por fortuna, pero cincuenta y cinco años es la edad que tenía mi papá cuando murió en un accidente de tránsito y eso me ha puesto a pensar.
Estoy más cerca de los sesenta que de los cincuenta y aunque básicamente siento que soy la misma persona que cuando tenía veinte años, es obvio que no lo soy, no solo por los kilos y las canas de más, sino por la experiencia. Esa experiencia que hizo que la joven idealista y soñadora que creyó posibles tantas cosas se estrellara igual número de veces contra ese muro de concreto que se llama realidad. Pero no me quejo. He sido muy feliz y he sufrido mucho. Me imagino que estoy en el promedio.
Cuando mi papá murió yo tenía treinta años, dos hijas y la mayor de ellas, de dos años y medio, hospitalizada con algo de lo que no teníamos diagnóstico (veinticinco años después aún seguimos sin saber qué tiene). No pude ir al entierro de mi papá porque estaba con ella en la clínica. Y recuerdo que en medio del dolor por la muerte tan inesperada de mi papá y la enfermedad de mi hija, como si me hubiera desdoblado me vi desde afuera y pensé si alguna vez volvería a ser feliz.
Unos meses después me convencí de que si no conociéramos el sufrimiento no sabríamos lo que es la felicidad…
Pero la muerte tan inesperada de mi papá me cambió la manera de ver la vida. Decidí que esta era demasiado corta para pasarla con gente que no me gustaba y yendo a sitios obligada.
Desde entonces, estoy solamente con quien quiero estar y voy solamente adonde me complace ir. Y me di cuenta de que habiendo perdido tantas horas de mi vida, horas que son irrecuperables, estando con gente que no me gusta o en sitios a los que no quería ir, no quería perder ni un segundo más.
En estos últimos días he pensado mucho nuevamente sobre qué quiero de la vida. Y la conclusión -que no es nueva, como les he dicho lo he pensado muchas otras veces- es por qué anticipo y me preocupo tanto por lo que podría pasar, que tal vez nunca pase, en vez de vivir cada día como venga y tratar de ser «solo ese día» lo más feliz posible. El futuro es una entelequia… lo único que existe es el presente.
Entonces voy a tratar de no anticipar. Que no es lo mismo que no prever. Una cosa es ser precavido y otra angustiarse por una gama de hipotéticos eventos que en términos de probabilidad, tiende a cero que ocurran.
Pues bien, mi firme propósito para este cumpleaños (y pondré todo mi empeño en cumplirlo de ahora en adelante) será aprovechar al máximo cada día. Sé que suena a lugar común, pero es una verdad del tamaño de una catedral. Definitivamente yo soy mejor con la teoría que con la práctica. Soy buenísima viendo las cosas desde afuera y dando consejos. Pero cuando se trata de mí misma, aplicar esos conocimientos y convicciones, no me resulta fácil. Así que basta de teoría:  tengo que practicar. Empezaré por agradecer las cosas buenas que tengo, agarraré por los cachos las pruebas y haré como Scarlett O´Hara con las cosas malas: pensaré acerca de ellas mañana.
Siento que tengo muchas cosas por las que sentirme agradecida, empezando por mis hijas, que me han dado tantas alegrías y razones para sentirme orgullosa de mi labor como madre. Por ellas, que me han hecho mejor ser humano en todos los sentidos. Por mi mamá, que aunque no es la mamá que conocí, de vez en cuando me regala una mirada que me dice que me quiere. Por mis hermanos, que están bien y seguimos unidos. Por mis amigos, que me han regalado tiempo, compañía y ratos inolvidables. Por haberme acompañado en tantas rumbas y haberme enjugado tantas lágrimas.
Estoy agradecida por haber podido estudiar, por haber crecido con unos padres que me sembraron el sentido de la justicia y la honestidad. Y por último pero no de última, por la nueva oportunidad que me ha dado la vida de reencontrarme con el amor y estar ilusionada.
Es un buen balance.

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