Los Juegos Olímpicos Modernos, una justa mundial para reunir las distintas disciplinas deportivas en la que se propiciase la búsqueda de la perfección espiritual por medio del deporte y la higiene, ideados por el barón Pierre de Coubertin, estaban llamados a ser el acontecimiento más popular del planeta.
En ese momento no se podía prever que esa brillante idea sería destronada en el entusiasmo planetario por un solo deporte: el fútbol.
El balompié es el deporte más extendido del mundo. En la actualidad es practicado por más de 280 millones de habitantes. Es tan multitudinario que en el organismo rector la Fédération Internationale de Football Association, conocida por su acrónimo FIFA, hay 208 asociaciones inscritas, mientras que en la ONU solo hay 193 Estados miembros.
Algunos historiadores han tratado de encontrar sus orígenes en los juegos rudimentarios que aparecen en los murales de Teotihuacán o en los manuales de ejercicios militares correspondientes a la dinastía Han de la antigua China, por los siglos III y II AC, en los que se buscaba lanzar una pelota con los pies hacia una pequeña red.
Si bien es cierto que estos juegos tenían ciertas características que se asemejan al fútbol actual, la realidad es que prácticamente no hay vinculación con el deporte que surgió, en las Islas Británicas, en el siglo XIX.
Reglas claras, juego limpio
Cuando el fútbol de carnaval, una modalidad salvaje y sin reglas de ese deporte empezó a popularizarse, los británicos entendieron que para poder glorificarlo y hacerlo una competencia a escala mundial, debían existir reglamentos claros, es decir, un código para ser seguido por todos.
Cuando se decide participar en una actividad deportiva, social, política lo primero que se hace es conocer las reglas para actuar acorde a ellas. En una sociedad estas reglas son el corpus iuris que seguimos para garantizar la convivencia.
Se actuaría con ingenuidad si se va a un campo de fútbol con reglas de beisbol. A nadie, a menos que sea un “vente-tu” sin reglas (porque hasta las caimaneras las tienen), se le ocurriría participar en un juego de fútbol en el que su rival puede agarrar el balón con las manos para meter los goles o que las faltas solo sean sancionadas a uno de los equipos.
Venezuela durante años fue considerada la cenicienta del torneo de la Confederación Suramericana de Fútbol (Conmebol) para la Copa del Mundo. Nos excusábamos con que los árbitros siempre pitaban en contra, el terreno nunca nos favorecía o que no habíamos tenido tiempo para compenetrarnos. La verdad era que no anotábamos goles y perdíamos.
Para ganar, hay que competir.
En el deporte, como en la política lo esencial es que haya un equipo y un director técnico que haga su trabajo: planificar y ejecutar un plan para ganar con las normas establecidas. Y es precisamente ese el dilema en el que se encuentra la oposición política del país: hay equipo, parece que hay director técnico, pero no hay reglas claras.
Cuando los resultados electorales tienden a serle desfavorables al gobierno, su ministerio electoral, el CNE, modifica los circuitos para que con menos electores se pueda tener más representantes, oculta el registro de electores para que no sea público, modifica las auditorías para que no auditen, manipula discrecionalmente el padrón electoral para que voten extranjeros por nacionales, para que no voten los expatriados al no poder actualizar sus datos y voten hasta los muertos, cual zombis electorales, que según una de las custodias de la pulcritud del proceso, no es algo para escandalizarse.
Pero en política no podemos aplicar el sermón de Ethelbert Talbot, durante los Juegos Olímpicos de Londres en 1908, en el que planteó que lo importante no era vencer, sino participar. En política lo importante es llegar al poder, pero como en el fútbol, se requieren reglas claras y árbitros honestos.
En el fútbol y en la política de nada sirve tener un equipo y no jugar, así como tampoco funciona participar sin reglas o con un árbitro mafioso. Debemos exigir un árbitro imparcial que sancione las faltas, que garantice se juegue con las mismas reglas y que no se parcialice por uno de los equipos en liza.
Estamos a tiempo para cambiar lo que haya que cambiar y exigir contundentemente lo que nos corresponde. Los derechos son inalienables y se debe exigir su cumplimiento así nos cueste, como dijera Sir Wiston Churchill, “sangre, sudor y lágrimas”.
Llueve… pero escampa
Llueve… pero escampa – Reglas claras y árbitros honestos
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