Venezuela está de plácemes. La angustia, el temor que inquietaba a los venezolanos ha terminado. La policía capturó a 2 colombianos presuntamente involucrados en el intento de magnicidio contra Su Majestad, (aspecto o condición de las personas que despierta admiración y respeto), Nicolás Maduro.
Además, el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe, está vinculado a los planes de asesinato contra el primer mandatario venezolano y el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, denunció el lunes 26 de agosto el ministro de interior, Justicia y paz, Miguel Rodríguez Torres, lo que quiere decir que Nicolás ya puede dormir sereno.
Ahora el propio Diosdado Cabello, quien figuraba en la lista anuncia con gallardía que estos planes tendrán una respuesta avasallante, acusando tajantemente a la derecha venezolana. ¿Qué pasaría con Luis Clemente Faustino Posada Carriles, un anciano de 85 años que fue involucrado en el caso?
Portentoso el aparataje secreto del gobierno al demoler este intento, el mismo que no ha funcionado para descubrir el extraño crimen de Danilo Anderson, denominado “mártir” de la revolución. Muchas hipótesis, infinitas listas de imputados y múltiples contradicciones es lo que ha sobrado en este caso.
Maniobra que no se nota en la seguridad de los venezolanos donde muere una persona cada 9 minutos víctima de la violencia, y el 91por ciento de los homicidas queda libre sin haber obtenido ni siquiera una detención como sospechoso.
La implementación de 20 planes para combatir el hampa en 14 años y el paso de unos 12 ministros de interior y justicia, demuestran que el actual gobierno no tiene la capacidad para combatir la delincuencia, pero sí, en cuestión de horas descubren quién va a matar al Presidente.
Incidentes de este tipo se han registrado anteriormente en Venezuela. En 2004 las autoridades policiales anunciaron la detención de más de un centenar de presuntos paramilitares colombianos quienes supuestamente habían sido contratados para «asesinar» al entonces presidente, Hugo Chávez.
El último día de la campaña electoral, Nicolás Maduro informó la captura de paramilitares colombianos consiguiendo explosivos C-4 y armas, aunque no reveló ni las identidades ni el número de capturados. ¿Dónde están todos ellos? ¿Qué pasará con los nuevos colombianos detenidos? ¿Se convertirán también en chivos expiatorios?
De ser tan efectivas las operaciones detectivescas del gobierno, no nos extraña que luego de tantos años nos digan quién fue que mató a Consuelo, merengue venezolano popularizado en la década del 60.
¿Investigará el gobierno también la hora en que mataron a Lola?
Todos quienes nacieron en Cuba saben que el hecho ocurrió a las 3 de la tarde, pero no se pregunte más. Lola era una cortesana de La Habana a quien uno de sus amantes fulminó con una puñalada en el pecho.
Esa historia repercutió y quedó acuñada en el imaginario y la memoria colectiva de los cubanos, extendiéndose hasta Venezuela, al punto de que no hay oriundo de estas regiones que no sepa la hora en que la mataron, a menos de que Nicolás Maduro o Diosdado Cabello le hagan un seguimiento, y al igual que con Bolívar, estimen una nueva investigación, la última, donde casi culpan a Francisco de Paula Santander por la muerte del Libertador, a punto también de entrar en guerra con Estados Unidos porque igualmente son culpables de esa conspiración.
Fidel Castro fue el rey de los intentos de magnicidio resultando ileso en los 638 que denunció.
En 1963, un camarero del Hotel Habana Libre guardó con esmero en el congelador de una nevera una cápsula de botulina para colocarla en un batido de chocolate que solía ordenar el mandante de la isla. Cuando llegó el momento, el veneno reventó en el refrigerador y cayó el plan llamado operación “Lucrecia Borgia”.
Estos propósitos increíblemente fracasados hacia “el barbudo” son recogidos en el libro de Fernando Klein titulado, «Objetivo: Fidel Castro».
Al capturar a los presuntos asesinos de Maduro, el gobierno cierra una válvula de escape para hacerle sombra a sus constantes escándalos, que nos hace recordar el chiste del joven médico que sustituye un día a su padre, galeno también, y le extrae una garrapata del oído al ricachón del pueblo. Encima le reprocha a su progenitor que cómo ha sido posible que no hubiera detectado en tanto tiempo la causa de la afección del paciente. A lo que le respondió: “Veremos ahora cómo vamos a comer y costear tus estudios de posgrado”.