COLOMBIA EMBOLATADA

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La actual situación de Colombia provoca una inquietante sensación de «dejá vu» con relación a Venezuela entre 1989 y 1998.

Justo cuando el país inicia una escalada de progreso se nubla el horizonte con absurdos desencuentros políticos. Todo nace en el choque entre Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos: Nada bueno sale de una cansona rencilla entre dos depositarios de la confianza de grandes mayorías.

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Cuando los principales actores del proceso democrático se agreden inflexiblemente – ¿manes de López Contreras y Medina, o de Caldera y Carlos Andrés Pérez? – la masa comienza a perder ilusiones y paciencia, y puede salir cualquier sorpresa «redentora».

En Colombia la narco-guerrilla y afines – prácticamente noqueados militarmente – incesantemente siembran cizaña ideológica, colándose por toda hendija que le brinden las fallas o la ceguera de sus oponentes.

Para muestra vimos la inmediata usurpación de justos reclamos campesinos por vándalos terroristas en el centro de Bogotá, todo ello acompañado de trasnochados argumentos políticos. ¿Será que a Colombia no ha llegado la confesión pública de los jerarcas de la «robolución» venezolana sobre como instigaron y atizaron el infame «Caracazo»?

Se nota claramente una incesante campaña – potenciada por la terca rencilla y las inevitables fallas de toda gestión pública – para minar tanto a Uribe como a Santos.

Algunos notorios «notables», siempre raudos a ver las pajas en ojo ajeno y a tirar primeras piedras deberían ponderar si con un diluvio de temerarias acusaciones, descalificaciones, y linchamientos mediáticos no se abre una caja de Pandora que termina acabando con todos, tirios y troyanos. Bien sabemos cómo se hizo leña de la democracia venezolana.

Ante crecientes retos de gobernabilidad, inclusión social y desarrollo económico, aunados al tenaz asedio terrorista, parece racional y lógico que los principales abanderados democráticos dejen de escudriñar sus respectivos lunares, espinillas y forúnculos con lupas y espejos retrovisores – y pongan mayor atención al gran espejo que tienen por delante. Un pueblo entero los está mirando.

Si tanto Uribe como Santos fueron ambos capaces de abrazarse con un adversario tan peligroso como el occiso venezolano, ¿cómo no hacerlo entre ellos mismos? Nadie les pediría que se amen y se casen: Basta con que juntos resuelvan blindar la seguridad democrática y el auge económico – obra de ambos – y unan públicamente sus decisivas fuerzas políticas para graduarse juntos de cara a la historia: De hábiles políticos a respetados estadistas.

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