El presidente Maduro le ha escrito una misiva al Papa. Allí le expresa su conformidad y coincidencia con el llamado a la paz hecha por el heredero de San Pedro. Es una iniciativa responsable. Nadie en su sano juicio puede desear la guerra. No está de más recordar que el Difunto hablaba y sus seguidores hablan de una revolución pacífica pero armada. A cada momento amenazan con volver polvo cósmico a la oposición. Llegaron inclusive a anunciar que las zonas del oeste de Caracas se armarían o serían provistas de armas suficientes como para desaparecer al este de la Capital. En otra oportunidad vociferaron con enviar no sé cuántos tanques de guerra a la frontera con Colombia para iniciar una guerra. A varios dirigentes de oposición, incluyendo damas, les han propinado cabillazos, pedradas y golpizas. Lo que evidentemente nos muestra una verdadera contradicción entre la carta al Papa y la realidad cotidiana que vivimos en Venezuela. Si hablamos de la violencia en la Patria encontraríamos otra grave contradicción. Durante muchos años el gobierno se negó incluso a hablar de la existencia de un gravísimo problema de violencia. Con más de 15.000 asesinatos anuales. Muy bien pudo el presidente Maduro haberse comprometido en esa carta a disminuir la violencia interna y reducir la matanza por lo menos a la mitad de la aterradora cifra en que se encuentra. Pero Maduro no lo hizo. Se limitó a defender a Siria y a la autodeterminación de los pueblos. Allí también coincido con el Presidente. Los pueblos deben tener autodeterminación. Pero, un momento, cuando vemos que Cuba controla en Venezuela; los puertos, los aeropuertos, el sistema deportivo de entrenamientos de alta competencia, la compra y manejos de todos los equipos electrónicos de salud, los sistemas de seguridad en embajadas, consulados y representaciones bilaterales y multilaterales, el sistema de salud primaria, los registros y notarías y el nuevo sistema de cedulación con chip electrónico, los sistemas de seguridad interna, espionaje y contraespionajes, la construcción de viviendas, el diseño de los sistemas de aprendizaje y los programas de estudio de primaria y secundaria; cuando vemos eso, entonces justamente encontramos otra contradicción entre la carta al Pontífice y la realidad nuestra.
Haciendo un esfuerzo gigantesco para no detenerse examinando tales dislates, entramos en un concepto fundamental; los Derechos Humanos. Las matanzas del Nazismo en la II Guerra Mundial; los crímenes horrendos de Kosovo, verdaderos ejemplos de modernos y despiadados genocidios, de asesinatos selectivos, de liquidación de pueblos; y finalmente el horror de Ruanda, reclaman de la humanidad que, frente a la existencia de un plan de exterminio de poblaciones indefensas, realizados por razones políticas, étnicas, religiosas o cualquier otra y perpetrados por órdenes y bajo la dirección de un gobernante, en muchos casos esquizofrénico, y en virtud de detentar el monopolio de las armas; cuando se evidencia que no es posible que una población desarmada y pacífica pueda, no digamos defenderse, sino esconderse para sobrevivir, la comunidad internacional debe actuar. Es una tarea humanitaria. Es evitar que el tal flagelo se reproduzca en otros lugares. Es salvar cientos quizás miles de vidas. Es defender verdaderamente los derechos humanos. Si fuera cierto que en Siria, el gobierno utilizó despiadadamente armas químicas para matar, para asesinar a sangre fría hombres, mujeres, ancianos, niños en forma indiscriminada, si fuera cierto también que en las Naciones Unidas por intereses de una u otra nación con derecho a veto no se pudiera llegar a un acuerdo de impedir nuevas matanzas, de llevar a los criminales ante la justicia, decimos entonces que no podría ser jamás la mejor salida ser testigo sordo, mudo e inmóvil. Alguien tiene que tener la voluntad, la fuerza y la determinación de detener estos crimines contra la especie humana. Yo estoy por la Paz, pero también comulgo con quienes condenan matanzas, genocidios, carnicerías. Así que destruir el sistema de armas de guerra: químicas, bombas, barcos, aviones, tanques, comunicaciones de las cuales se vale un gobernante para asesinar a su pueblo, mediante un ataque preciso, masivo, demoledor, hecho por fuerzas exteriores, siempre será un mejor camino, una mejor solución. Ciertamente nadie puede ser el policía del mundo, pero mucho menos el asesino de la humanidad. El fin de Hussein y de Gadafi, luego de miles de muertos, se debió en parte al empeño de tales gobernantes de mantenerse en el poder a costa de lo que fuera. Si el presidente de Siria es incapaz de sentarse a negociar y buscar una salida negociada a los conflictos internos y en su lugar apela a homicidios masivos contra sus habitantes, la respuesta de los hombres sensatos del globo no tiene otra salida. No podemos permitir que se repitan las bestialidades de los gobiernos contra sus pueblos. No podemos permanecer callados.
@ssemtei