El odio a la universidad

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La lucha por un presupuesto justo a la Universidad siempre ha sido una constante durante los periodos democráticos; el Estado glotón siempre ahíto como consecuencia del pingüe negocio petrolero, prefiere invertir en banalidades como sucede en el presente, que asignar lo que en justicia le toca a las casas de estudios superiores, que formarán a los jóvenes para que en un futuro se hagan cargo de la sociedad en todos los órdenes.
No es nuevo la intención de dominar la Universidad autónoma, este sistema política que hoy nos rige no ha cejado en su intento por controlarlas y alinearlas al deseo autoritario de doblegarlas, y convertirlas en instrumento dócil que responda a las orientaciones del anacrónico ideológico del pensamiento único, donde sus egresados respondan con lemas y consignas vacías de contenido, manteniendo la idea obtusa del mal llamado hombre nuevo.
Para abonar sus planes de transformación hacia el socialismo del siglo XXI se creó un Sistema paralelo de Universidades masificadas, sin nivel académico ni científico, con la concepción aplanada del burocratismo soviético, de hacerle creer al sometido de la ideología que la obediencia debida a la confesión ecuménica al líder y al PSUV es credencial suficiente para entrar al paraíso rojo, versión tropical del mar de la felicidad que encarna Cuba. Quienes se gradúan de sus aulas podrán disponer de servicios y privilegios que en forma de boronas del festín petrolero “les brindan” a través de los CDI y las Misiones, que lo que han hecho es reforzar las diferencias en el modelo militarista de dos países dos sistemas denominada corrientemente como polarización.
Ministros como Edgardo Ramírez y Yadira Córdova quisieron llevar a cabo como perros falderos, la aniquilación de la Autonomía para satisfacer los planes de una nomenklatura que ve a esta parte de la Escuela, el último obstáculo para cerrar el círculo de hierro de la dictadura, porque estos Centros de Altos Estudios siempre han sido escenarios naturales de donde se nutre la civilidad, como fortaleza irreductible para vencer el militarismo destructor que ha acompañado a la sociedad civil venezolana desde los albores de la República, hombres críticos de espíritu democrático permeables a las ideas de modernidad hicieron posible transformar el país después de la muerte de Juan Vicente Gómez, logrando echar las bases para dotar de infraestructura social y física a un país primitivo y rural que se hundía en el siglo de las hordas y partidas de hombres de a caballo, para completar lo que los libertadores dejaron a medias.
La intervención totalitaria se encubre ahora con el eufemismo de la Contratación Colectiva, caballo de Troya que como ariete está llamada a completar el trabajo que los colectivos chavistas han realizado desde adentro, reforzados por decisiones anticonstitucionales del Tribunal Supremo de Justicia y la complicidad de egresados de la Universidad Central de Venezuela en calidad de mercenarios. Generación que recordaba el periodista Vladimir Villegas, se había nutrido de las limpias luchas en defensa de la Autonomía, de la libertad de pensamiento, de cátedra, la sacrosanta pelea por un presupuesto justo, donde quienes se dedican al apostolado de la enseñanza no anden pidiendo limosnas, como los profesores de la ULA en las calles de Mérida.
De esos discípulos que coquetean con la bota militar se encuentra el actual Ministro de Educación Universitaria Pedro Calzadilla, a quien Villegas conmina a definirse para no pasar a la historia como el sepulturero de una Universidad que nunca se ha doblegado, institución más vieja que la República y el Ejército.
La Contratación Colectiva y las Normas de Homologación se han trenzado en una dura lucha, trascendiendo los marcos tradicionales de sus claustros, involucrando a obreros, empleados y estudiantes y la sociedad civil. El gobierno de Nicolás Maduro solo cuenta con el sector de Institutos ,Colegios y Politécnicos Territoriales, para imponer esta bazofia que es la misma Ley de Universidades echada para atrás por el finado Hugo Chávez; donde piensan aplanar la vieja Universidad, con un tufillo de colectivismo sovietizante, dejando a merced de los Consejos Comunales planes y políticas académicas, para obligar a sus egresados al trabajo gratuito en las Misiones, mentirosa manera de ocultar la imposibilidad del Estado de asegurarle un empleo, al haber destruido la base material de la sociedad a lo largo de tres lustros.

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