Hay personas que, si te tienen confianza, acaban explicándote que se sienten como drogadictos respecto a los hidratos de carbono. Que es una compulsión que les hace comer sin ningún tipo de control durante todo el día. Pan, pasteles, refrescos, frutas, arroz, patatas fritas y todo un sinfín de hidratos.
En la mayoría de casos la persona manifiesta que no puede resistirse. Sabe que come de forma desorganizada, sin criterio y que le va fatal para la salud, para el peso, etc. Como, además, no puede evitarlo su autoestima se va por los suelos. Se siente culpable, eso le genera más ansiedad y la ansiedad le hace comer más.
La causa principal es un desajuste hormonal. En la mayoría de casos empieza como consecuencia de un ataque de ansiedad. El cerebro empieza a “devorar” glucosa a marchas forzadas, nos baja la glucosa rápidamente y nos lanza la orden de comer un hidrato para reponer esa falta.
Nos tomamos un dulcecito y nos sentimos mejor. Si el motivo de nuestra ansiedad no desaparece se vuelve a repetir la demanda de hidratos. El problema es que cada vez que tomamos un dulce, (aperitivos tipo chips, patatas fritas, etc.) o un refresco azucarado nos sube mucho la glucosa.
Entonces el cerebro dice “ahora tengo demasiada glucosa” … y se pone en marcha la insulina. Ahora nos baja la glucosa, el cerebro vuelve a pedir, comemos dulce, la insulina nos la baja… y nos pasamos el día sin parar de comer.
El exceso de carbohidratos y las subidas y bajadas de glucosa terminan desequilibrando nuestra insulina y los niveles de serotonina. Cada vez necesitamos comer más carbohidratos para notar un subidón de glucosa y con ello de energía y de ánimo.
La consecuencia habitual es que nos pasamos el día con un sentimiento de insatisfacción, hambre, y culpabilidad por no poder controlarnos.
Evidentemente, terminamos por engordarnos, no ir al baño, tener cada vez más ataques de ansiedad y “fabricando” colesterol por un mal metabolismo de los hidratos de carbono por las grasas que llevan los dulces.