Una buena noticia: la UCLA está abriendo la carrera de Urbanismo, una especialidad ejercida en nuestro medio principalmente por ingenieros y arquitectos pero los problemas urbanos tienen especificidades que deben ser atendidas por una profesión específica. Una definición gruesa señala que el urbanismo se ocupa de la localización de las actividades en el territorio, de las formas, funciones y dimensiones de las edificaciones; de los grupos sociales que las ocupan y de los medios y modos de transporte que las interrelacionan, entre muchos otros aspectos.
Las ciudades existen desde hace miles de años y desde muy temprano mostraron tener problemas que requerían de intervenciones bien planificadas. Algunas buenas prácticas urbanísticas tienen tanta edad como las ciudades mismas, pero los problemas se hicieron más complejos con la concentración de la población en grandes ciudades. Esos problemas han generado propuestas de cambios y mejoras, a veces basadas en críticas radicales que reclaman cambios también radicales. Una de estas nuevas visiones es desde la perspectiva de género.
Se trata de reconocer que la ciudad no responde bien a las necesidades y condiciones reales de la mujer y su doble carga de trabajo. Mientras que los hombres trabajan fuera de la casa, las mujeres se hacen cargo de las tareas reproductivas y de mantenimiento en el ámbito hogareño y, con frecuencia, intentan también trabajar en la calle, de acceder a un ingreso suficiente porque lo necesitan: son madres solteras o sin pareja y esta es una tendencia histórica firme.
Pero las ciudades no están preparadas para ello. Las mujeres realizan el trabajo de cuidar a los niños y a los ancianos, los acompañan en sus desplazamientos por la ciudad, les ofrecen apoyo emocional, cuidan de su alimentación, del vestido, de la limpieza y orden y hacen posible que sus parejas puedan trabajar en la calle. Un trabajo esencial casi nunca reconocido.
Que nadie con pocas luces salga a afirmar que parir y cuidar muchachos es la esencia de la condición femenina pues las esencias no existen, lo que existen son las personas, en situaciones y circunstancias sociales concretas que cambian históricamente. El trabajo domestico relacionado con la reproducción exige un esfuerzo físico y emocional considerable, es un trabajo sin sueldo, a tiempo completo, con un trecho largo de dedicación exclusiva, sin horario y sin vacaciones y para el cual ya no se cuenta con la ayuda de alguna abuela o tía. Incluso, las tareas domesticas que las mujeres no alcanzan a realizar durante la semana, las ocupa el fin de semana, casi sin derecho al tiempo libre y a la autorrealización. Mientras que para los hombres la casa es un lugar donde refugiarse después del trabajo, para la mujer la vivienda es un lugar de trabajo intenso del que no tiene donde refugiarse.
El trabajo domestico requiere también de muchas tareas fuera de la casa: la educación, la salud, el ocio y el deporte de los niños, las compras y gestiones que implican desplazamientos, no siempre con comodidad y ahorro de tiempo. Para la madre que trabaja (o estudia) la relación entre el lugar de trabajo o estudio y vivienda es crucial pues casi nunca el trabajo o el centro de estudio están en la inmediata proximidad de la vivienda, lo que significa tener que escoger entre un buen empleo o una buena preparacion y la adecuada atención a los hijos, especialmente si los transportes son inadecuados y los lugares están lejos pues los transportes y sus rutas están más orientados resolver los movimientos pendulares entre la residencia y el trabajo según el patrón masculino de trabajo. Así, hay que concluir que hombres y mujeres tienen necesidades diferentes en el espacio urbano, que las necesidades de las mujeres no han sido suficientemente reconocidas y que eso crea desigualdades a las que una nueva visión del urbanismo debe contribuir a disminuir.
(Continuará)