Sin tregua – El país de las colas

Una mañana de estas manejaba hacia la sede de la MUD, y quedé aprisionado en una enorme cola. ¡Me fuñí, primera vez que voy a llegar tarde a una reunión! comenté, mientras calculaba que la cola, cuando más, sólo avanzaría unos cinco centímetros por siglo, al ritmo que le imponía aquel semáforo más viejo que la sarna. Pero pa’lante, me dije, y continué en mi clavario. Tiempo después, noté que la gente, sus carros y sus ropas, envejecían, y aquel reptil vehicular en el mismo sitio. Los enanos del camión del circo crecieron, las muñecas y los gatos que iban en los carros parieron, y la cola ahí, petrificada. A lo lejos se veía a un policía de tránsito, bajo el semáforo, pero cien años y cinco centímetros después, daba igual, pues el camarada, mientras hacía acrobacias tratando de estabilizar la bicicleta, con la mano derecha escribía mensajes en su teléfono y con la izquierda, intentaba dirigir el tráfico, y ¡vaya manera de dirigirlo! Si se encendía la luz verde, el policía ordenaba que los carros se detuvieran, y si se encendía la luz roja, ordenaba que pasaran. Qué malo eso de que los camaradas traten de dirigir, así sea el tráfico, mientras hacen acrobacias para mantener la estabilidad, así sea de una bicicleta. ¿Simbolismo?
Este asunto de las colas, no sólo las del tráfico, es un drama que atiza las llamas de la indignación colectiva en Venezuela. Colas en el tráfico, para comprar alimentos, papel sanitario, pagar los servicios, tantas que ya Venezuela no será un país chévere, como quiere llamarlo El Ilegitimo, sino, el país de las colas. Ya escucho: “Declaro el nacimiento de la revolución de las colas, y aquí mismo, en este Estado de Angustia, que junto al Estado de Inseguridad y al Estado de Desgracia, se incorporarán al mapamundi de la patria, he decidido las siguientes decisiones: Se crea, para quien así lo crea, la “Misión Cola”. Se modifica el escudo, y en lo sucesivo, sólo aparecerá en él la cola del caballo. Se reforma la constitución, para que el único trato que se permita sea el de “colero o colera”. ¡Patria, socialismo y cola! pues. Cambia la luz del semáforo, y avanzo los consabidos cinco centímetros, por lo que enciendo la radio, sólo para escuchar que un enchufado, en cadena nacional, canta nuevamente el manoseado tema: “El mañicidio”- por la maña que tienen de poner el magnicidio como tema de todas las campañas electorales -. Advierto que no soy ventrílocuo del régimen, pues para eso se basta José Serpiente, y sin embargo, opino que cuando cantan “El mañicidio”, simplemente se refieren a que en las elecciones del 8D, la oposición democrática avanzará en la conquista de los gobiernos locales, derrotando a este régimen perverso y mañoso.
El matusalénico semáforo sigue cambiando sus luces, y sigo pensando en la malignidad que subyace en la imposición de las colas, como elemento cotidiano en la vida de los venezolanos, ya que éstas son una modalidad de tortura que ocasiona deterioro físico y mental, al forzar a la gente a permanecer extensos períodos de tiempo, de pie, o sentada, esperando para llegar al trabajo, o abrazar a sus familias, o comprar alimentos o medicinas y, además, representan una práctica alienante, que fragmenta y degrada la condición humana de las personas, al pretender convertirlas en dóciles ovejas, que obedezcan sin chistar las políticas anti-populares del régimen. Esto sin obviar que el acto repugnante de marcar números en los brazos de quienes acuden a hacer colas para comprar comida o productos de higiene personal, es idéntico al de marcar números en los brazos de los judíos prisioneros en los campos de concentración nazis. Cualquier semejanza, no será mera coincidencia… Pero por fin superé la tortura de la cola, y rápidamente, llegué a mi destino. Moraleja: Aunque griten “mañicidio”/y te atormente la cola,/arrodillarte es suicidio/ y Venezuela una sola/.