El mayordomo del Papa

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 Dejo a un lado hoy el tema jurídico-político. Hay ciertamente mucho de qué hablar sobre ese tema, por ejemplo, la «masacre» institucional que ha hecho el Presidente de la República con la írrita Ley Habilitante, no tiene precedente. La complicidad del TSJ es increíble y produce náuseas. Pero por otra parte, siento que se consolida la candidatura de Capriles y hay una esperanza y se abre un nuevo camino. Ante esta tragedia chavista, el país está deseando otro rumbo con urgencia.

Hoy, sin embargo, y antes de unas breves vacaciones, deseo referirme a un tema sobre el que me han preguntado mucho por la calle. Hace ya varios días ocurrió el grave incidente de las cartas confidenciales del Papa,sustraídas y entregadas a un periodista, o a varios, presuntamente por el mayordomo del Sumo Pontífice. Cuando leí sobre este asunto, me produjo un gran pesar por el mayordomo, quien abusó de la confianza en él depositada, nada más y nada menos que por el Santo Padre. Ojalá enmiende su conducta como parece que lo hará, pero su nombre aparecerá en la historia de la Iglesia, como el hombre que le fue desleal a un papa. Aunque un gran pecador, si se arrepiente con sinceridad, puede llegar a ser un gran santo. Pedro, por ejemplo, negó tres veces a Jesús, y luego fue el primer papa y es símbolo de la autoridad de la Iglesia, un gran santo. Y san Agustín, pecador, lujurioso y luego otro gran santo, la historia está llena de casos similares. Al comienzo no le di mayor importancia al asunto del mayordomo papal, porque el contenido de las cartas, según las informaciones, aunque se trata de temas importantes, no tiene la trascendencia que originalmente pensé. Sin embargo, ha habido muchos ataques al Papa, como si él fuera el culpable y no la víctima de esta situación. Incluso algunas personas han dicho que el Papa no debería tener secretos, su correspondencia no debería ser confidencial y otros han llegado a alimentar la idea de que el Papa debería renunciar. Pienso que es de una elemental sensatez y prudencia, tener derecho a la confidencialidad de la correspondencia, mucho más si se trata de un Jefe de estado, como es el caso del Papa, y a la vez Jefe de la Iglesia universal, a quien le llegan todos los problemas que la mente humana pueda imaginar. En Venezuela, por ejemplo, atentaría contra la Constitución Nacional y otras leyes, quien viole una correspondencia sin autorización judicial.

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Me llama la atención que haya personas que no entiendan esto. Parten del principio que todo debe saberse y no es así. Es verdad, existe el derecho a estar informados, pero también existe el derecho al resguardo del buen nombre de las personas y quien en razón de su oficio conozca de alguna información confidencial, está obligado más bien a mantener el secreto y el silencio que la ética profesional impone. Benedicto XVI ha sido un papa que ha tenido que dar la cara a situaciones muy difíciles ocurridas incluso hace varias décadas, y él ha sabido enfrentarlas con valentía, sinceridad extrema y coraje. Nunca se ha escondido. Sin embargo, es probable que a pesar de todo lo vivido, no se imaginó a alguien cercano a él cometiendo la terrible deslealtad en la que, aparentemente, incurrió su mayordomo Paolo Gabriele, un hombre de conducta bondadosa y por quien el Santo Padre siente aprecio y cercanía, al igual que por su familia. Como diría el mismo Benedicto XVI, en medio de su tristeza, «eso es un misterio». Ciertamente, el porqué de un ser humano, a quien vemos bondadoso y entregado, traiciona sus principios, es un misterio. Sólo Dios, en su infinita sabiduría, justicia y misericordia lo sabe.

La Iglesia es un conglomerado humano, donde hay de todo. Todos estamos afectados por la tendencia al pecado en razón de la caída del pecado original y cualquiera puede traicionar los más hermosos principios y valores. De ahí la titánica lucha que libra la Iglesia por evangelizar, enseñar y formar a sus fieles. No es fácil esa lucha que debe librarse sin tregua y en medio de un mundo lleno de maldad. La Iglesia es santa en su origen, en su doctrina y en su fin último que es Dios, pero quienes la conformamos somos todos débiles y pecadores. Comprender al que se equivoca y ayudar a su arrepentimiento es una gran obra de misericordia. Y al Papa, quien desempeña el oficio más difícil del mundo, nuestra solidaridad, cariño y nuestras oraciones. Me despido por unos días de los lectores que con tanta amabilidad me comentan estas notas semanales. No todos están de acuerdo con mis ideas, pero siento que todos me siguen con atención y respeto. Volveré el miércoles 18 de julio, Dios mediante. Gracias a este querido diario El Impulso por su generosa acogida de siempre. Aprovecharé estos días de vacaciones para,precisamente,ir junto con mi esposa y nuestra hija mayor, su esposo y sus hijos, a Roma, a una «romería» como dice san Josemaría Escrivá, «viderePetrum», para ver a Pedro y rendirle nuestra filial adhesión

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