El domingo 10 presentó su candidatura Henrique Capriles Radonski, un abogado con postgrado que cumplirá cuarenta años este julio, que ha sido diputado, alcalde reelecto y gobernador de estado. El lunes 11 lo hizo el actual titular del cargo Hugo Chávez Frías, militar retirado con motivo del intento de golpe de 1992, en el poder desde hace catorce años y aspirante a seguir allí por seis años más.
El primer acto ocurrió a pleno sol. El segundo cuando ya caía la tarde y empezaba la noche.
Capriles llegó al CNE a pié desde el Parque del Este, caminó más de diez kilómetros seguido todo el tiempo por las cámaras de la televisión. Lo acompañó una multitud gigantesca, dicen que la más grande que ha visto Caracas. Gente que vino de toda Venezuela y espontáneos desde todas partes de la ciudad capital. La caminata y el mitin estuvieron caracterizados por la alegría contagiosa y una euforia impresionante.
Chávez llegó al CNE desde Miraflores. Recorrió diez cuadras en una especie de carroza que guiaban desde abajo el alcalde Rodríguez y el diputado Cabello. Contra los rumores, pudo bajar la escalinata del vehículo y caminar por la rampa especialmente colocada hasta el salón dispuesto para el acto. No siempre estuvo al alcance de las cámaras de TV. En el recorrido hubo muchas personas, la concentración fue organizada, sufragada y nutrida por los ministerios y organismos gubernamentales, cuyos funcionarios estaban obligados a asistir. También hubo emoción. En las declaraciones al canal del estado, seguidores del actual mandatario mostraban su alegría por verlo restablecido.
El acto formal para recibir la postulación de Capriles en el CNE fue ordenado, con un número de invitados limitado que debían acreditar su condición en la prevención del organismo y con indicaciones muy precisas de orden por parte del maestro de ceremonias. Las medidas de seguridad no permitieron al candidato saludar al público que había desbordado la Plaza Caracas y había llenado la Diego Ibarra. El acto fue largo por el escrupuloso cumplimiento del protocolo. Los recaudos fueron revisados uno por uno y solo al final se entregó al candidato la constancia de recepción. Los asistentes debían llevar un distintivo identificatorio que la oficina correspondiente entregó la víspera. La conducta del CNE fue correcta.
El acto formal de la postulación de Chávez en el CNE fue desordenado. No se apreció límite de asistentes ni chequeo de seguridad para ingresar. Tampoco distintivos de identificación especiales, como la víspera fueron rigurosamente exigidos. La carroza presidencial llegó hasta la puerta y ahí se metió la gente que andaba con él. El candidato fue conducido a saludar al público que estaba en la Diego Ibarra. Sus recaudos no fueron revisados. Se le permitió entregarlos a la Presidenta y dar un discurso ajeno a la ceremonia. Fuera de ese discurso del candidato, el acto fue expedito, quizás en consideración personal a su condición de convaleciente.
En el acto de Capriles había banderas tricolores y de todos los colores.
El acto de Chávez fue rojo. Con algunos tricolores nacionales y alguna bandera de Cuba.
A Capriles lo presentó Erika De la Vega.
A Chávez lo presentó José Vicente Rangel.
El discurso de Capriles fue conciso. Veinte minutos en los que ratificó sus líneas de mensaje: valores y propuestas concretas. Cero agresiones o descalificaciones. Y un objetivo básico: Unir a Venezuela cueste lo que cueste. La gente se quedó con ganas de seguir oyendo. La televisión batió marcas de sintonía dominical.
El discurso de Chávez fue largo. Tres horas en las que repitió lo que viene diciendo hace años, y prometió cumplir. Agredió y descalificó. Se comprometió a profundizar la revolución. La gente se fue retirando mientras el discurso se prolongaba. Quienes lo seguían por televisión se cambiaron a otro canal.
Cuando el acto de Capriles concluyó brillaba el sol.
Cuando el discurso de Chávez terminó era de noche.
RINCÓN DE LIBROS
De San Cristóbal me llega, enviado amistosamente por el poeta Ernesto Román-Orozco, su libro Artesa del Tiempo. Selección poética 2000-2008 (Monte Avila Editores. Caracas, 2008). A Ernesto lo conocí en la capital del Táchira donde vive y es directivo de su histórico Ateneo, con motivo de la presentación de mi biografía de Luis Herrera Campíns. De inmediato surgió una natural corriente de afinidad, gracias a la común admiración por Rafael Cadenas, ese barquisimetano universal cuya magnitud no logra disimular con su modestia. La de Ernesto es una poesía para leer y quedarse pensando como al rato. Va un poema: «el poeta/debe espantarse la hermenéutica/con un matamoscas/colocarse lo más distante/ de sí mismo/y lanzarse piedras/ a la frente/sin pensar si está/birlándole un milagro a Dios/buscando recobrar su santidad/y la firme inocencia/de la tierra natal de su cuaderno.»