“Vi tantas injusticias y tanta porquería que Dios ya no era Dios sino una circunstancia. Se agravó mi conciencia. Los milagros se venden de nuevo al menudeo. Cada vez se disminuyen las cosas en que creo” (Mario Benedetti)
Cuando el mal llega al hombre de manos de un semejante, aquella expresión de “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” pone en duda la misericordia del hombre cuando es capaz de hacer tanto daño a un semejante, sobre todo cuando se trata del gobernante que se aprovecha del poder para enriquecerse, dominar, maltratar y hacer cuanto se le antoje. Es el hombre que anulando el trabajo y autonomía de los jueces de aplicar y hacer cumplir la ley a todos por igual, se permite violar él mismo los estatutos naturales y se erige la ley. Como tal, se convierte en el poderoso a quien no habrá juez que pueda poner freno a sus locuras, ni juzgar sus ilegalidades. En este caso “la Ley” se convierte en la conveniencia del más fuerte, del mejor postor, del más perverso.
No se sabe qué pasará con Siria ante la crueldad desatada y el sufrimiento al que está siendo sometida la disidencia por el régimen de El-Asad en Siria, quien empleando la fuerza saca a los indefensos, débiles y niños de sus hogares para utilizarlos como escudos humanos en la inaudita y macabra guerra civil que llena de sangre los caminos de esa patria. Dios no aparece ni los organismos internacionales actúan, mientras tanto las masacres y violaciones a los derechos humanos se suceden ininterrumpidamente.
Me pregunto: ¿Si Dios aparecía con más frecuencia en la antigüedad por cosas menos graves que las que suceden ahora y aplicaba con gran rigor castigos a quienes atentaban contra sus leyes y sus hijos, cuál es la razón por la que ahora no aparece? La falta de su presencia pone en retirada a aquellos que han dejado de creer. El hombre teme al mal que pueda venir del exterior y haga daño a su pequeño mundo. ¿Para qué preocuparse si por sí solo él en su pequeño mundo, ejecuta sus más atroces acciones y maldades?.
Aún así, yo todavía creo. Dios es demasiado grande para que nuestro limitado pensamiento se convierta en juez de las obras que hizo perfectas y que el ser al que creó con amor, es el único que ha sido capaz de destruir el ambiente y matar a su mismo hermano.
Ante la capacidad de violencia y crueldad del hombre, Kofi Annan como muchos de nosotros pensaba que los horrores de la segunda guerra mundial no volverían a repetirse, y, sin embargo se han repetido igual que el irrespeto a los derechos humanos con mayor saña. Ej. Bosnia, Herzegovina, Ruanda, Cuba, Libia, Siria etc. El hombre ha demostrado que su maldad es capaz de sobrepasar cualquier límite.
Ante las guerras y masacres cometidas contra sus mismos pueblos-para eternizarse en el poder- el déspota al que parece nadie puede detener, evidencia que los que pueden evitar tanto mal hacia los indefensos a quienes les han sido violados todos sus derechos humanos, pensamos que no lo hacen o lo deciden demasiado tarde, por la razón más que confirmada de que la hipocresía y la culpa van de la mano. Estos poderosos países siempre están pensando antes que favorecer la vida de otros, en los beneficios económicos que puedan sacar de allí y como en la segunda guerra mundial seleccionar para ellos lo mejor de la guerra: “A río revuelto ganancia de pescadores”.
No entendemos por qué Dios permitió el exterminio de su propio pueblo con la descomunal saña empleada por los nazis, encabezados por un loco que se aprovechó del poder que tenía para ordenar su brutal ejecución.
Las respuestas acerca del sufrimiento del ser humano son variadas. Una de estas es que el sufrimiento es una prueba destinada a determinar si los seguidores de Dios son capaces de mantenerse fieles a pesar de sus penalidades. Algunos dogmas no aceptan que se averigüe por qué Dios permite el sufrimiento; y uno se pregunta ¿por qué entonces se enarbola tanto aquella felicidad a la que todos tenemos derecho si tenemos tantas culpas por pagar?
Aún así yo todavía creo, en la paz de los caminos, en el milagro de la alborada, en el diminuto cristal del rocío que revienta los retoños, invita a la alegría y anima el canto de las aves.
Continúa en el próximo art.
Aún Así, Yo Todavía Creo (I) – Por La Puerta Del Sol
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