Felipe se convirtió este domingo en el nuevo rey de los belgas, heredando el trono de un país históricamente dividido y que se interroga cada vez más sobre el papel de la monarquía.
«Soy consciente de las responsabilidades que pesan sobre mi», dijo el flamante monarca, de 53 años, ante las dos cámaras del Congreso, tras el acto de abdicación de su padre, Alberto II.
«Inicio mi reinado con la voluntad de ponerme al servicio de todos los belgas», aseguró el nuevo rey en las tres lenguas oficiales del país (francés, flamenco y alemán).
La monarquía es uno de los factores de unidad de este pequeño país, dividido entre los valones francófonos (en el sur) y los flamencos del norte.
«La crisis toca a muchos ciudadamos (…) estoy seguro de que podremos vencer estas dificultades, el proyecto europeo nos debe dar la confianza», señaló el séptimo soberano desde la fundación del país en 1830, en un discurso en el que se mostró distendido y dispuesto al diálogo.
Por esto mismo el gobierno belga en común acuerdo con la casa real quisieron celebrar el acto con una ceremonia íntima y austera, sin ninguna pompa ni presencia de miembros de la realeza extranjera.
Durante su discurso, Felipe también agradeció efusivamente a su esposa Matilde, de 40 años, quien se convirtió en la reina de los belgas.
Enfundada con un vestido de algodón y seda rosa pálido del diseñador belga Edouard Vermeulen, Matilde se mostró emocionada durante toda la ceremonia y en varios momentos no pudo contener las lágrimas.
«Debes trabajar sin cesar para asegurar la cohesión de Bélgica», le recomendó Alberto II a su hijo, tras firmar el acta de abdicación.
El mensaje iba dirigido fundamentalmente a Flandes, que agrupa a casi 60% de la población belga y cuya principal fuerza política es la de los independentistas, favoritos en los sondeos para las elecciones legislativas de 2014.
El primer ministro belga, Elio di Rupo, recordó el papel de mediador de Alberto II entre 2010 y 2011, en los que el país estuvo 541 días sin gobierno.
«Aceptó la dura tarea de formar un gobierno y lo logró con éxito», dijo Di Rupo.
La abdicación en Bélgica reavivó el debate sobre el papel de la monarquía y los cambios ya comenzaron en este estado federal: el gobierno belga aprobó recientemente una reforma que rebaja el sueldo a la familia real y le obliga a pagar impuestos.