Hablar de la grave crisis moral, social, política y económica que mantiene enferma a la Venezuela de estos días, es casi una perogrullada. Mas que una crisis, el país está al borde de caer, incluso por inercia, en un proceso de cuidados intensivos. Después de catorce años de “revolución” castrocomunista, es ahora cuando Nicolás Maduro se percata del paquete que recibió. Hace todos los esfuerzos posibles, por ocultar la agonía del régimen; pero este desenlace fatal está a la vista de propios y extraños.
Poco es lo que hay que escudriñar, para darse cuenta de la ruina y del caos nacional. Es tan objetiva la evidencia, que Nicolás, atrapado como está bajo las sombras del pasado reciente, sin poder echarle las culpas al anterior gobierno, trata desesperadamente de salir sobreviviente del naufragio.
Es obvio que su esfuerzo se orienta a salvar su pellejo, pero sin tocar, ni con el pétalo de una rosa, el nombre de quien hundió la patria en los últimos catorce años. ¿Logrará semejante súperhazaña? Lo dudamos; creemos que es imposible. ¡La realidad es implacable; e inmutable, la historia!
Primero hablemos de la realidad. Ésta ha obligado a Maduro, a pesar de su caduca prédica contra la “oligarquía”, a colgarse del cuello del “fascismo” empresarial, en agónica búsqueda de oxígeno. Como sería insólito que la catástrofe fuera producto de los 6 meses que él tiene al frente del “gobierno revolucionario”, el primer culpable de la hecatombe ha quedado desnudamente dibujado.
Ahora le corresponde hablar a la historia. Y ésta se hará entender por radio, por la televisión y por la prensa escrita. Y en caso de que tales medios de comunicación le nieguen espacio para manifestarse, serán las redes sociales su enlace con el pueblo. Es indudable que la falsa imagen que hoy le atribuyen al gobierno anterior, y a su “líder insustituible”, se volverá añicos en un santiamén. Y, por supuesto, lo más probable es que arrastre a Maduro hasta el cadalso político.