En estos tiempos malhadados por obra y gracia de un régimen que los venezolanos no nos merecemos, la vida, nuestra vida es un préstamo que nos hacen los delincuentes con la anuencia del gobierno. En los tiempos de la democracia la inseguridad era un problema serio, pero no uno que desbordara la capacidad del Estado y se hiciera un asunto endémico que afectara severamente a la sociedad como un todo y que ello repercutiera, además, en el área económica y también en la política. Antes era una cuestión azarosa ser víctima de la delincuencia, ahora es una cuestión estadística. Durante los gobiernos democráticos era un albur, pero ahora es un hecho seguro que un miembro de nuestra familia, o a varios de ellos (pudiendo ser nosotros mismos) será víctima del hampa con riesgo de perder la vida. Ya no es una cuestión de hurto, de robo o de atraco, se trata de asesinatos a mansalva.
Durante la campaña electoral para las elecciones de 1998, les decía a un grupo de amigos, algunos de los cuales tenían intención de votar por el militar golpista, que pensaran su voto porque el sufragio no debía ser movido por una simpatía personal, por un gusto o por una atracción carismática. Agregaba que el voto tiene unas enormes repercusiones sobre la vida de cada uno de nosotros, más alá de lo que nos imaginamos y que en lo que debíamos fijarnos era en sus propuestas de políticas para solucionar los problemas del país. Terminaba agregando que el deseo de revancha o el odio, no era el estado más sensato para movernos a votar. Por supuesto no hubo manera de convencerlos y pasó lo que pasó. Ellos bien pronto se arrepintieron, pero el daño estaba hecho.
Yo creo que los venezolanos que no nos plegamos nunca a este régimen hicimos cuanto pudimos para salir de él; algunas veces erramos, pero lo importante es que no cejamos en el empeño, pero en tanto que lo intentábamos y fracasábamos, nos fuimos frustrando como es natural, pero también obtuvimos triunfos que nos reconfortaron y llenaron de esperanzas. En tanto, como quien va en un tren a alta velocidad conducido por quien sabemos es un maquinista inexperto, mal formado, temerario, imprudente y arbitrario, alcanzamos a ver como se comienzan a descarrilar los vagones de adelante, mientras nos encomendamos a Dios para que el tranvía se detenga antes de que nuestro vagón se voltee, o que si lo hace, salgamos heridos pero no muertos; así los venezolanos rogamos al Señor salir de esta pesadilla antes de que la tragedia nos alcance. De esta manera, viviendo el día a día, damos gracias por estar vivos, mientras una sombra ominosa se cierne sobre nosotros.
El pasado sábado 15 de junio, en Margarita, María Teresa, una prima muy querida, esencialmente buena, discreta como las personas que sólo quieren dejar en la vida una estela de bondad, pero no una huella protagónica, amable y sencilla como corresponde a un ser humano sensible y abierto al prójimo, en el último tránsito de su vida fue por provisiones para agasajar con golosinas a unos niños de su comunidad, pero una balacera entre bandas cegó cruel e inmerecidamente su vida. Una manera impropia de morir para quien la paz, la armonía y la concordia fueron valores profundos de su alma cristiana. Con ella se va un poco de toda su familia y la pena y la tristeza fueron el signo de nosotros. Mientras afuera un país se desangra, adentro unos burócratas se muestran indiferentes a la tragedia.
María Teresa
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