La ciudad como tema La velocidad del subdesarrollo endógeno

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Al frente de donde vivo quedaban por terminar dos bloques con 30 años de espera. Tenían apenas la placa del primer piso y les faltaban tres más. De pronto reiniciaron la construcción. Arrancó a buen ritmo pero haciendo paradas que a veces duraban días y, otras, semanas. De pronto entró en un estado casi comatoso: una obra que podía estar dando trabajo a cincuenta obreros apenas ocupaba una media docena. En el interin el edificio fue invadido y aunque se logró sacarlos, los invasores destrozaran parte de las obras y se robando todo lo que pudieron: sacos de cemento, cal, herramientas, cables, etc. Tres años más tarde todavía no la han terminado. Este caso no es singular pues el país está lleno de edificios en situación similar.
El subdesarrollo es también una diferencia de velocidad entre las naciones que andan rápido y las lentas. Una cosa que en otras partes se produce en poco tiempo entre nosotros consume tiempos casi interminables. Basta pensar en los diez minutos que una inmensa mayoría de venezolanos perdemos en relación con el tiempo del trabajo: llegamos diez minutos tarde, salimos otros diez más temprano y esto se repite todos los días en todos partes, en todas las instituciones públicas y privadas y, al final del año se podría calcular los millones de horas que hemos perdido y reconocer que muchas veces hubiéramos podido hacer las cosas en la menos tiempo e ir cerrando la brecha que nos separa de los países desarrollados. La diferencia entre la velocidad de ellos y la nuestra es la velocidad a la que se profundiza la brecha entre países pobres y ricos.
Comparemos esto con un ejemplo tomado de la historia de la arquitectura. El Empire State es uno de los edificios emblemáticos de Nueva York. Este edificio comenzó a construirse en 1930 y se terminó en solo un año y 40 días, inaugurándose a la fecha prevista desde el arranque de las obras. En su momento fue el edificio más grande del mundo, de 103 plantas y una altura de 443 mts. Su ritmo de construcción fue de cuatro plantas y media por semana y en determinado momento levantaban una planta y media por día. Cada día, en el curso de 8 horas se enviaban al frente de trabajo los 100.000 ladrillos que se requerían. Para su construcción en un momento determinado se empleaban, dirigían y coordinaban a 3.500 personas entre ingenieros, técnicos y obreros. Los obreros no bajaban de las alturas para almorzar pues recibían el almuerzo a pocos metros del sitio de trabajo, a cualquier altura que estuviesen. Esto ocurrió hace ya 90 años. Todo fue posible no solo porque habia eficiencia en la obra misma, sino en todo el sistema funcionaba bien: los proveedores entregaban en la cantidad, calidad y oportunidad requeridas, el transporte público movía a los obreros para que llegaran a la hora, no fallaba la electricidad para mover las mçaquinas y la infraestructura física e institucional de la ciudad no creó problemas.
Se podrá argumentar que esa velocidad es inhumana, que hubieron muertos por accidentes laborales, que los constructores se cuidaron de que no ocurrieran huelgas que demoraran el trabajo y esto pudo significar recurrir no solo a pagar buenos salarios, sino tambien al soborno de los líderes sindicales o al uso de supervisores mal encarados que no dudaban en despedir a quien no trabajara al ritmo requerido. Todo eso puede ser verdad. Pero aun hoy, con todos los cambios sociales, en esos países se sigue trabajando rápido. Aquí, cuando no es la cabilla es el cemento, o tal vez la cal, los herrajes de la carpintería, el crédito que espera por la firma, el delegado sindical y el inspector municipal de obras que quieren su tajada, etc. Agreguemos la disminución de las horas de trabajo, la inamovilidad laboral que impide sustituir a los más lentos, a los reposeros y a los que siempre están provocando conflictos y un largo etc. Mientras tanto, los intereses financieros se van acumulando y aumentan los costos de la obra que se hace cada vez más inaccesible. De todo esto está hecho nuestro universo de la construcción, y esto se repite en todas partes: la culpa del subdesarrollo, por lo menos en este aspecto, no es de los gringos, es nuestra.

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