La reina Isabel II cerró el martes con broche de oro las celebraciones de su Jubileo de Diamante bajo las aclamaciones de una multitud enfervorizada, a pesar de otra irrupción de la lluvia, desde el balcón del palacio de Buckingham, donde sólo faltó el príncipe Felipe.
Ausente el duque de Edimburgo, hospitalizado desde la víspera por una infección de vejiga, la reina estuvo arropada en todo momento en esta cuarta y última jornada del maratón festivo por su primogénito, Carlos, acompañado de su esposa Camila, y sus nietos Guillermo y Enrique.
Mientras hizo su aparición en el balcón, recubierto de rojo con detalles dorados, varios aviones surcaron el cielo en vuelo rasante dejando una estela con los colores blanco, azul y rojo de la bandera británica.
Isabel II saludó sonriente con su mano enguantada a británicos y turistas, mientras su Guardia disparaba un ‘fuego de júbilo’ y lanzaba ¡hip, hip, hurra!, coreado como fin de fiesta por la muchedumbre que formaba un mar de paraguas.
Tras un almuerzo en su honor con 700 invitados, la soberana llegó al palacio acompañada de Carlos y Camila en el «State Landau» de 1902, la misma carroza descubierta tirada por ocho caballos que usaron Guillermo y Catalina el día de su boda, en abril de 2011.
La joven pareja les siguió con el príncipe Enrique en otro carruaje en un recorrido por las abarrotadas avenidas de Whitehall y del Mall, engalanadas para la ocasión de centenares de Union Jacks, cuando empezaban a caer las primeras gotas sobre la capital.
A pesar de las largas horas de espera, los admiradores de la reina, pertrechados con todo tipo de accesorios patrióticos, estaban entusiasmados.
«Ha sido fantástico (…) Esto en el Reino Unido lo hacemos realmente bien», dijo Jill Davies, una mujer de mediana edad llegada de Suffolk (este), tras haber visto pasar a la reina por delante de Downing Street.
En un excepcional mensaje pregrabado televisado a los británicos y otros ciudadanos de la Commonwealth, la soberana se declaró «profundamente emocionada» por la movilización popular y los gestos de cariño con motivo de su Jubileo, que según dijo le habían hecho sentir «humilde».
Tras el apoteósico concierto de la noche del lunes, al que la reina asistió ya sin su marido, el día comenzó con una misa solemne de acción de gracias en la catedral de San Pablo.
La reina, que eligió un conjunto de color verde menta bordado y salpicado de cristales con sombrero a tono, fue recibida con gritos de «Larga vida a la reina» a su llegada al templo anglicano para esta ceremonia en honor de sus 60 años de reinado.
«Estamos celebrando seis décadas de una prueba viviente de que el servicio público es posible y puede ser un lugar donde uno encuentre felicidad», afirmó en su sermón el arzobispo de Canterbury Rowan Williams, primado de la Iglesia anglicana, en dirección a la soberana, sentada junto al heredero del trono.
Entre los 2.000 asistentes destacaban también el primer ministro David Cameron y el líder de la oposición Ed Miliband, mientras que Catalina volvió a ser el centro de las miradas con un vestido de encaje de color beige.
Como durante todo el fin de semana, miles de personas, incluidos un puñado de antimonárquicos silenciados por la mayoría, se congregaron ante la catedral para vislumbrar a una reina en la cima de su popularidad a sus 86 años de edad.
Muchos, sin embargo, echaron en falta a Felipe, su leal consorte durante las últimas seis décadas, en esta ceremonia histórica, ya que Isabel es sólo la segunda monarca británica que alcanza este aniversario tras su tatarabuela Victoria en 1897.
«Es una pena que no pueda estar aquí hoy, porque siempre ha estado a su lado, y que se pierda un día como éste es muy triste», dijo Judith Chen, una maquilladora londinense de 45 años.
El propio Felipe, de 90 años, se sintió «decepcionado» por perderse el final del Jubileo de su esposa, aunque su hijo Eduardo dijo el martes después de visitarlo que «va mejor» y «lo ha estado viendo por televisión».
Porque «el espectáculo debe continuar», como coincidieron el martes en sus portadas varios diarios británicos, que alabaron unánimemente el «coraje» de la soberana por haber asistido al espectacular concierto en el que Elton John, Paul McCartney y Madness entre otras leyendas del pop y del rock hicieron vibrar a 250.000 espectadores.