Pero en el mundo actual hay cuentos que no terminan y en la literatura adulta son todo lo contrario, tenebrosos.
Por ejemplo, cuando usted sube a una unidad de cualquier ruta en la ciudad no escapa al cuento de moda: “No queremos hacerle daño a nadie. Advertimos que acabamos de salir de Uribana y que necesitamos con urgencia su contribución, que no sean moneditas sino billetes de cinco en adelante”, dicen por lo general dos o tres sujetos que se montan a la buseta.
Para darle fuerza a su acción amedrentadora, ponen rostros inmutables. Una mirada perversa. Un balbuceante hablar, como si arrastraran las palabras. Un delincuente pintado de arriba abajo.
No portan o muestran armas, pero ninguno de los atemorizados pasajeros desea averiguarlo, y empiezan a salir billetes para que “los comedidos amigos de lo ajeno” se bajen tranquilos. Sin violencia. Sin mayor repercusión. Entonces más adelante suben otros dos o tres para ofertar sus chucherías y terminar de mortificar lo que resta de viaje.
Pareciera que estos individuos trabajan en cadena porque denuncias como estas se escuchan en Caracas, Valencia, San Cristóbal y otras ciudades. Es una colaboración por la fuerza popularizada en las regiones, mientras los organismos policiales son tolerantes y la gobernación no hace nada al respecto.
Han implementado operativos en paradas estratégicas distintas oportunidades, pero solo corren la arruga porque se acaban a los quince días o al mes para el retorno del delincuente.
¿Pero cómo se le piden peras al olmo? Es decir, un árbol que tiene sus propios frutos pero en ningún caso las peras, las cuales provienen de otro.
Pues bien, pedirle peras al olmo significa algo imposible, algo que no es natural o querer exigir demasiado.
Subirse a un colectivo y vivir tal situación es igual que encontrarse con una pareja de policías municipales quienes escondidos andan a la caza de una infracción de tránsito, eso sí, seleccionando muy bien la presa. O sea, un conductor que desconozca sus derechos.
Las mismas características, uno de carácter fuerte que comienza a pedir hasta el último documento a mirar en cual otra infracción cae, y otro más pasivo. El primero toma una libreta para elaborar la boleta. El segundo habla de que la sanción es de 10 unidades tributarias, es decir, 900 bolívares, por cuanto ya se adecuaron los sistemas al nuevo precio de la UT, que pasó de 76 a 90 bolívares.
Al comenzar el llantén del infractor surgen las ofertas: “Dame la mitad, no hay multa, y te ahorras 450 bolívares”. Generalmente quienes caen en sus garras son humildes trabajadores conduciendo vehículos que a duras penas andan y que ganan sueldo mínimo, (desde el primero de mayo 1.780,44 bolívares fuertes y desde el primero de septiembre 2.047,51), lo que significa que el castigo es casi de medio salario. Quince días de esfuerzo que se esfuman en minutos.
Lo más justo y razonable sería que ante tantas quejas de esta macabra matraca, algún jurista pida un derecho de palabra en la cámara municipal y solicite la eliminación de esta policía corrupta, o en su defecto, la nulidad de atribuciones en procedimientos de tránsito, menos levantar multas, para quitarles el manjar de la boca.
Qué chiste: Según la misión y visión de este organismo, “es el ente descentralizado encargado de realizar en el Municipio Iribarren y sus zonas adyacentes, de conformidad con las necesidades de cumplimiento con los ordenamientos judiciales municipales, atendiendo las demandas comunitarias, mejorar la calidad de vida y la aplicación de correctivos por infracciones de las normativas que regulan la sociedad”.
¡Ojo!: No apoyamos las infracciones evidentes, pero si hay algunas leves que la tolerancia permite una amonestación verbal y no una “bajada de mula”.
Quisiera ser civilizado como los animales, dice Roberto Carlos en su humilde canción.
Algo en común
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