Es sorprendente, pero mucha gente no se ha dado cuenta de que tenemos un nuevo gobierno, desde el 19 de abril. Ni del significado que esto tiene. Ha habido una elección y se ha escogido un presidente, que ahora comienza su mandato. Un cambio, dentro del sistema democrático que regula la vida del país, por más que el anterior presidente, Hugo Chávez, y el recién electo, Nicolás Maduro, pertenezcan al mismo partido, el PSUV.
Ambos, Chávez y Maduro, son chavistas, es decir, comulgan con un conjunto de principios e ideas que le es común: antimperialismo, bolivarianismo, integración latinoamericana, desde una perspectiva que se asocia al tercermundismo posterior a la segunda guerra mundial, que tuvo en Cuba su más importante expresión en el continente; alta sensibilidad cristiana muy propia de los valores éticos del socialismo utópico, aunque el chavismo reivindica al marxismo y la lucha de clases como parte de sus concepciones; alianza cívico-militar, reformas socialistas, economía mixta, redistribución de la riqueza, democracia y sufragio universal, poder popular y comunal; camino pacífico, pero “armado”.
Sin embargo, a los países no los gobiernan las ideas en abstracto, sino personas en concreto. La fuerza de la personalidad de Chávez era descomunal, lo reconocen hoy hasta sus adversarios. Y su liderazgo, arrollador. Esto podía alimentar temores y cautelas sobre lo que unos llamaban autocracia y otros hiperliderazgo. Materia pendiente para historiadores de uno u otro campo. Pero lo que sí es indiscutible es que nadie puede hoy caracterizar al actual gobierno como “un régimen autocrático”.
Si efectivamente ha habido un cambio objetivo, la oposición no puede mantenerse “directa”, repitiendo las mismas estrategias, consignas y clichés, como si no hubiera pasado nada. Y mucho menos recaer nuevamente en la búsqueda de “una salida” distinta a la estipulada en el cronograma electoral: un posible referendo revocatorio sería en 2016 y la elección de un nuevo presidente es en 2018. No tiene sentido la ilusión de “juntas”, “gobierno de transición”, ni imaginarse que Maduro debiera gobernar con el programa de la MUD y no con el del Psuv.
En esta nueva etapa, al Gobierno le corresponde rectificar, revisarse, superar los graves problemas de gestión, abrirse a la participación de la oposición en los poderes públicos, parar la corrupción, precisar los cambios socialistas que va a realizar, lograr eficiencia en la administración, integrar el sector privado en función del incremento de la productividad, en el cuadro del ingreso al Mercosur. Por su parte, la oposición debe plantearse una política de alternancia democrática, dentro del sistema, como lo hizo Copei con Acción Democrática en la Cuarta República. ¿O es que acaso se aspira a un cambio del actual régimen social, económico y político por otro completamente distinto?