La familia se inicia con la unión de un hombre y una mujer. Es el espacio donde los seres humanos se reproducen, crecen y se educan para la vida. En ella se trasmiten normas y valores, pero además, constituye la base del desarrollo de un país.
Hoy, según explica la psicopedagoga y magíster en Orientación, Sonia Piña, existen diferentes tipos de familias dentro de una sociedad; “puede ser del tipo nuclear (padres e hijos), extendida (tíos, abuelos y otros) o por afinidad (formada por amigos que han convenido vivir bajo el mismo techo)”.
Pero, cualquiera que sea la modalidad, lo importante es tener claro, que en ese espacio se satisfacen necesidades de amor, alimentación, vestido, educación e higiene. “Es donde crecemos y nos formamos como seres”, indica en su artículo denominado “Importancia de la familia en el fomento de actividades y valores para el desarrollo biopsicosocial del individuo”.
Lo que ocurra en el seno familiar será un factor de gran importancia para el buen desenvolvimiento del sistema educativo, en todos sus niveles y modalidades, dado que las relaciones sociales que experimentan los niños y niñas en el contexto familiar irán, día a día, moldeando en ellos su personalidad. Es por ello, que muchos investigadores de los altos índices de violencia que se registran en distintos sectores de la sociedad actual, entre ellos los planteles educativos, insisten en señalar que la situación es un reflejo de la crisis de valores y que parte de la solución al flagelo está en manos de la familia.
“Siendo la familia el primer espacio vital para el desarrollo integral del individuo, se considera fundamental la presencia de relaciones interpersonales armónicas entre sus miembros, basadas principalmente en el respeto por las diferencias individuales, el apoyo mutuo, la comprensión, así como también el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de los deberes”, relata la docente Erika Torrealba en su trabajo de investigación de maestría titulado “Programa de fortalecimiento de la Convivencia Familiar para la orientación de los comportamientos agresivos en niños y niñas de la etapa preescolar”.
La docente también resalta que la familia desempeña un papel importante, puesto que sus miembros fungen como modelos de comportamiento, estableciendo los patrones de relación y configurando la primera visión del mundo que rodea al niño o niña, con lo cual se regulan los primeros patrones de conducta de los pequeños.
Filtros de la realidad
La psicopedagoga larense, Piña, enfatiza en la diferencia que existe entre las actitudes y las conductas. En primer lugar, define a las actitudes como los filtros a través de los que percibimos la realidad, “equivale a decir que nuestras percepciones, son el mapa que utilizamos para andar por el mundo” (Korzybski, 1941). Con ello quiere decir que las actitudes nunca son “verdad” ni “mentira”, sino que reflejan una forma de entender una determinada situación.
“Por ejemplo: cualquier opinión, actitud o valoración que formemos sobre algo, por su propia naturaleza exige que generalicemos y simplifiquemos. Cuando confundimos nuestras actitudes con la realidad cerramos las puertas al cambio y las actitudes se solidifican”.
Actitud y conducta son diferentes, enfatiza, porque la conducta es observable y la actitud debe descubrirse. “No obstante las actitudes influyen en la conducta. Cuando más rígida sean nuestras creencias, estaremos menos dispuestos a aceptar que nos contradigan, y más difícil será que encontremos maneras”.
Educación necesaria
Para comenzar a generar cambios en las familias resulta fundamental un proceso de formación para padres, que ofrezca herramientas útiles para reconocer y enfrentar los problemas. En este punto es válida la realización de talleres para familias en las instituciones educativas, en las comunidades o incluso la búsqueda de ayuda especializada y personalizada por parte de la familia.
En la educación para los padres la concientización sobre la importancia de la comunicación es fundamental, dado que la familia es la entidad primaria de la comunicación y las relaciones humanas.
“A través del lenguaje se transmiten las costumbres, culturas, religión, etc… por medio de un profundo y continuo proceso de socialización”, acota Erika Torrealba.
“La comunicación es la esencia de toda relación y como no podemos vivir aislados es necesario aprender a comunicarnos adecuadamente. Desde que llegamos al mundo, la comunicación se convierte en el factor que determinará el tipo de relaciones que tendremos con los demás y lo que nos sucederá en nuestro entorno familiar, laboral, afectivo, entre otros”.
También se maneja el binomio autoridad-afecto, para hacer referencia a la comunicación de los mensajes ya sea en base a la autoridad o en base al afecto. “El respeto y la seguridad, cobran singular importancia para el ejercicio de los derechos y deberes porque al poseer el deber como padres el hacer cumplir la autoridad y dar afecto, se tiene como hijo el deber de recibir, dar afecto y cumplir con las normas, aspectos importantes que deben estar claros y permiten una comunicación fluida entre los miembros del hogar”.
El aprender a comunicarse de una manera efectiva implica aprender a expresarse en forma clara, directa y sincera; ello contribuirá al logro de una relación más armónica con el entorno familiar y social.
Cuidado con las barreras
Alcanzar una buena comunicación no es fácil; hay actitudes que impiden la acogida y la apertura. Veamos algunas de ellas:
-Actitud enjuiciadora: Cuando escuchamos al otro en actitud de juez. Nos olvidamos que nuestro derecho se refiere a evaluar las ideas y los hechos y a comprender y aceptar a las personas.
-Actitud interrogativa: Ocurre cuando nos extralimitamos en nuestra curiosidad pretendiendo legar más allá en la intimidad de lo que el otro está dispuesto a comunicarnos.
-Actitud globalizante: Se da cuando calificamos bajo esquemas universales lo que el otro dice y nos olvidamos de que debemos verlo como una persona única, original e irrepetible.
-Actitud sermoneadora: Cuando asumimos una actitud de predicador o guía espiritual frente a la persona que se está comunicando. Somos más amigos de dar consejos a los demás que de ayudarlos a encontrar su propio camino.
Superación y solución
Cuando una familia se encuentra a la deriva y sin dirección clara, se puede afirmar que existe un conflicto. “En palabras simples, una situación de tensión hace presión en la familia y se requieren ciertos cambios dinámicos que la estabilicen”, explica la docente Erika Torrealba.
Los problemas, crisis y conflictos en las familias hacen necesario un cambio, que a su vez llevará a redefinir un nuevo sistema de relaciones. “Un cambio permite crecer y aprender de nosotros y de quienes nos rodean. Por lo tanto, los conflictos familiares son avances y crecimientos, que se experimentan en todo grupo humano”.
Siempre hay que mantenerse alerta a los problemas para comenzar a trabajar en la superación y solución de los mismos. Hay situaciones que se mencionan a menudo como crisis: separación de los padres, la pérdida de un familiar (duelo), la etapa de la adolescencia de los hijos, la infidelidad conyugal, la pérdida del trabajo, entre otros. Se debe tener en cuenta que lo que puede ser motivo de conflicto en un hogar, en otro puede no serlo.
“Siempre existen obstáculos que van a interferir en el cambio que por lo general no se observan a simple vista, de allí la necesidad de buscar ayuda de un especialista que ayude a identificarlos de manera objetiva”.
Los obstáculos aparecen en las reglas de las familias, en las metas y objetivos, en la definición de los roles de cada miembro, en la comunicación, en la historia familiar y en la intimidad de cada uno. Por ello, se deberá investigar la raíz del conflicto, para iniciar con pautas puntuales la intervención en el ambiente familiar. Es fundamental que cada integrante colabore y tenga confianza para superar el problema. La actitud positiva y abierta ayuda a mantener la opción de una solución saludable y sana.
Quienes necesitan un trato delicado y cuidadoso son los niños, dado que son los más vulnerables porque su estructura mental, emocional y física se encuentra en proceso de formación.
La vida en familia es un medio educativo para todos, al cual se debe dedicar tiempo y esfuerzo. Los conflictos son difíciles de evitar, pero la familia debe estar preparada para afrontarlos.
Una familia nutridora, detalla Torrealba, debe ser portadora de anticuerpos capaces de hacer frente a cualquier dificultad y debe incluir los siguientes elementos:
-La casa en la que vive la familia es fundamental: la limpieza, el orden y el mantenimiento son tareas que se pueden realizar en común acuerdo y distribución, procurando que no ahoguen las relaciones entre los miembros.
-Hay que expresar las opiniones y dejar que los hijos también se expresen.
-Ser coherentes para que el actuar y el pensar se complementen.
-Ser paciente ayuda a la tolerancia y al respeto por los demás.
-Demostrar nuestro cariño por los demás mediante la actitud.
-Alabar cuando algún miembro de la familia se destaque.
-Acostumbrarse a pedir perdón por los errores.
-Mantener conversaciones familiares y tiempo de convivencia sistemática.
-Escuchar siempre con atención.
-Crear situaciones de diversión familiar.
-Mantener valores y reglas claras, que no lleven a confusiones y que sean respetadas por todos.
-Los conflictos son resueltos por los mismos integrantes de las familias, en la medida que posean las herramientas necesarias para hacerlo.
Principios para establecer normas
El establecimiento de normas varía de persona a persona y de familia a familia dependiendo de la paciencia, tolerancia y principios establecidos. La aplicabilidad de las normas en la familia está precedida por una situación de aprendizaje y deben cumplirse bajo ciertos principios:
-Ser específicos: ¿Cuáles son las normas y qué comportamientos se espera? Al establecer las normas se debe conversar con los hijos sobre las consecuencias de la falta de cumplimiento de las normas: cuáles serán los castigos, en qué forma se aplicarán, cuánto tiempo representan y cuál es el propósito del castigo.
-Cumplir las normas: El cumplimiento de normas resulta imprescindible para lograr la operatividad de la dinámica familiar donde el principio de autoridad de los padres experimente solidez y a través de la reunión familiar se deben establecer las pautas o normas con las cuales se puedan crear un clima de orden, disciplina y armonía, además de respirar un aire de libertad favoreciendo así el desarrollo del niño y niña.
-Actuar coherentemente con su cónyugue: Ponerse de acuerdo con respecto a las normas y castigos. Es muy negativo que un padre imponga un castigo y el otro no lo haga cumplir, o que el hijo se ampare en algunos de los padres para no cumplirlo.
-Ser razonable: No agregar nuevas consecuencias que no hayan sido convenidas. Evite amenazas irreales como “tu padre te va a matar cuando vuelva a la casa”, en cambio reaccione con calma y aplique el castigo que su hijo espera recibir.
-Ser firme, respetar la palabra: Aplicar los castigos con el propósito de servir como aprendizaje, siempre un límite debe tener un porqué, que debe ser aplicado a su hijo y éste porque debe remitir a su propio bienestar. Los castigos no deben ser físicos sino pérdidas de privilegios. Perderá privilegios más grandes cuanto mayor sea la norma transgredida.
-Ejercer la autoridad de padre con amor: Al no acatar una norma probablemente aparecerá el sentimiento de culpa por haber tomado una actitud de indiferencia con respecto a la opinión del grupo, corriendo simultáneamente con el riesgo de ser juzgado por el grupo de personas que en forma específica ejercen el control social.
-Manejo de premios y castigos: a través del binomio autoridad-afecto, los padres emplean estrategias para aplicar premios y castigos, dependiendo del cumplimiento de las normas que se haya constituido dentro del hogar. Dichas estrategias se fundamentan principalmente en utilizar procedimientos para la instauración y/o mantenimiento de ciertas conductas o para la eliminación de otras.
Fuente: Fundación Manantiales, 2007