Las maias del siglo XXI

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Luego de las gravosas y podridas confesiones del cagatintas Mario Silva, uno de los discípulos más afectos del fallecido presidente Hugo Chávez y conductor del programa de tv La Hojilla, vocero oficial de la revolución, queda al descubierto lo que el común sabe pero opta por no digerir, dado lo desdoroso. ¡Y es que admitir que el régimen imperante en Venezuela, más allá de su sujeción a la tutela cubana y de mostrar su servil adhesión al socialismo marxista, es, hasta en los tuétanos, una cloaca de criminales, resulta bastante penoso!

Al fin y al cabo todos a uno somos venezolanos, a pesar de la citada hipoteca que ata a casi una mitad del país a los hermanos Castro y sus misioneros. Los camaradas de Silva, denunciados por él mismo luego de revelar que el sistema electoral creado para sostenerlos ha sido penetrado por la derecha, vienen desde las entrañas de nuestro gentilicio. No se trata de marcianos.

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Han sido puestos al descubierto como responsables de hechos delictivos que escapan y desbordan la igualmente condenable pero tradicional corrupción de los gobiernos de América Latina, como europeos y también asiáticos.

El caso es que siguen allí como si nada, y mandan. No se trata de parias de la revolución. Son sus jerarcas, la claque, los Maduro, los Cabello, los Rangel, los Rodríguez, los Ramírez, y también quienes los han parido, los Chávez, según lo precisa Silva. Todos a uno, cada vez que en el pasado reciente se les señala y hasta denuncia por sus distintas tropelías desde la oposición democrática, comparten la respuesta manida que no se hace esperar; sobre todo en boca de la desteñida Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz, ¡Nada tengo que investigar, que presenten pruebas los denunciantes, son infamias de los enemigos de nuestra democracia, de la revolución, del chavismo, coaligados con la derecha internacional!

Aún más, casi con lágrimas en los ojos, al día siguiente de cada acusación que pone en entredicho la moral pública, era normal ver al mismo presidente fallecido o a sus herederos de ahora, abrazando a los pobres. Les hacen ver que la contrarevolución apátrida les desprecia y son ellos a quienes ésta se refiere al denunciar hechos de corrupción.

La imagen de la mafia y el Padrino recreados por el cine, por ende, ilustran bien el desembuche del esbirro del 8, incluida su traición a la «familia» . Luego de asesinarlas y sobre la sangre tibia de sus víctimas, los mafiosos acuden a misa y hasta reciben la comunión, como si nada.

Esas tenemos, pues.

El innombrable Silva, quien se ocupa durante los últimos 14 años de horadar reputaciones de opositores en nombre de la revolución y Chávez, haciendo públicas las grabaciones que llevan a su mesa los sapos al servicio de los últimos, hoy bebe de su medicina e ingresa con «honores» al basurero de la república.

Confiesa que a la par de fraguar elecciones acomodaticias los suyos se cargan los dineros del tesoro público sin dejar obra alguna, por lo visto. Advierte la colusión criminal entre los grandes nombres del Socialismo del siglo XXI, para dejar al país sin divisas. Y admite, en lo personal, ser un lacayo del G2 cubano, al que lleva sus infidencias para que los hermanos Castro decidan a su arbitrio sobre nuestro destino.

Lo insólito de todo esto es que se trata de una pandemia que hace escala e instala en distintos sitios de la región, partiendo desde Nicaragua, terminando en la ciudad del tango, Buenos Aires, y comprando silencios gubernamentales por doquier. Allí están los célebres maletines de dólares provenientes de la industria petrolera venezolana enviados al sur para sostener en el poder a la familia Kirchner, empantanada por latrocinios de no menor catadura y sin parangón, por su impudicia, en la historia política de las Américas.

En el pasado, los dictadores corruptos y criminales eran tales y sin trapisondas. No engañaban. No se ocultaban tras el dolor de los más necesitados ni usaban trajes de demócratas a la hora de cometer sus fechorías. Eran transparentes, si cabe decirlo, hasta en la practica del despotismo Esta vez el Socialismo del siglo XXI, quedando al desnudo desde su sede oficial, Caracas, se muestra cabal como el reino de la mentira, del engaño, del cinismo. Representa y es, aderezado por los cubanos fidelistas, el despojo excrementicio que a su paso dejan nuestras sociedades en el curso ya bicentenario hacia sus modernizaciones.

Esperemos que esta vergüenza propia, ventilada por otra patada histórica más, sirva para iluminar nuestro camino hacia mejores derroteros.

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