Por la puerta del sol
Abrir un libro es adentrarse en un nuevo paisaje, es vivir lo que otro narra sobre hojas, el ensayo de una vida, los trazos de una crónica, una historia, un suceso, párrafos, metáforas, epítetos, sentires, dictámenes, leyendas. Los adagios de la sabiduría popular suelen ser espléndidos. Abrir un libro es asistir al florecer de un pensamiento ilustrado, atento a ennoblecer la humana existencia sin mirar edad, riqueza ni abolengo. De incalculable valor es el mensaje que deja un libro, una frase, también la sabiduría del tiempo…
La vida guarda en su interior riquezas que poco se aprecian y poco se disfrutan.
Vivir es más que estar esclavo del hábito y la rutina; es atreverse a arriesgar lo acostumbrado por lo desacostumbrado, es mantener ocupada la mente en un proyecto, en un sueño, es virar el rumbo, volver la hoja, es cambiar la tiranía del oscuro encierro de la edad mayor, por un momento de luz y libertad. El terremoto del tiempo todo lo hace trizas; lo que se deja para mañana tal vez nunca se pueda hacer.
El hombre no está hecho para la derrota. En su rico poema Julio Flores insta el cóndor viejo a vivir, desplegar sus alas y volar: “No eres el cóndor desplumado cuya presencia es un triste escombro del pasado. ¡No eres momia ambulante todavía! ¡Tu espíritu inmortal vigor exhala! ¡No estás vencido! Aún puedes tu enorme nido colgar de las rubias pestañas de los astros”
Don Napoleón Arrieche llega hoy a sus 90 años. Aún cuenta con una memoria prodigiosa. Suele entretenerse recordando frases, naufragios, trotadores de ayer, alegrías; aún con la vista cansada busca el alma de las cosas y la encuentra.
Hace unos años tuve una amena reunión con mis amigos Napoleón Arrieche, Feliz Uzcanga (+), Otto Segovia, Félix Cambero, María Edith de Segovia, Rafael González, Armando Fernández, su esposa Morabia de Fernández y mi amiga de Carora Dolores Colmenares. Me gusta evocar ese momento en el que más que ser oída, quise escucharlos a ellos.
En medio de aquella tarde de compartir y de libre charla, trajimos a la mente ricas plumas, grandes pensadores. Hablamos de lo que al hombre halaga, contradice o desespera en su delirio de tener o de adquirir un nombre, de sus sueños, éxitos y fracasos, de la crisis de las edades, del afecto, las decisiones etc. ¿De qué vale preocuparse por las arrugas de la cara y tratar de taparlas con cirugías, si las del alma son tan horrorosas? A quienes tenían pavor a la vejez Ágata Cristi aconsejaba: “Si sufres porque un día vas a ser viejo (a), cásate con un experto en arqueología, quien cuanto más viejo (a) te pongas más encantador (a) te encontrará”
Envejecer no es un delito, tampoco una vergüenza, menos una desgracia. Desgracia es quedar sepultados en la propia memoria, perder el encanto de la vida, es estar perdidos para siempre en las penumbras de una vida triste, cautivos de nosotros mismos.
Ni demasiado optimista para engañarse, ni demasiado pesimista para anularse. Llegar a viejos es privilegio de pocos, es un honor. Cada edad tiene sus propias ganancias y frutos que hay que saber cosechar. El retiro, la jubilación, no poder ser el de ayer, no significa que estamos listos para el viajecito aquel. No se arruga el espíritu, tampoco el cerebro, su espacio es invisible. Tan viejo que es el mundo, sin embargo, sus amaneceres y ocasos siguen siendo espléndidos…
“Envejecer es como escalar una montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”. (Ingmar Bergman)
La capacidad de animar los periodos de la vida reside dentro de nosotros mismos. Cuanto más activos seamos, más a raya mantendremos la entropía que dice ¡Detente! ¡No puedes! ¡Estás viajo! “La vejez no es incompatible con el amor que da energía de juventud”. (Hugo Leyva)
Quien pierde el entusiasmo, el temor de dar un nuevo paso está vencido. La ganancia de la vida es lograr penetrar sus miedos y oscuridades y vencerlos. Cada edad tiene su propia luminosidad.
La disyuntiva del viejo es: atreverse a cambiar o dejarse morir; dejar que la depresión lo hunda o la alegría lo rescate.
¿Se siente usted triste porque ha llegado a viejo? Ser viejo no es una enfermedad, menos vivir cargado de miedos y de estrés. Es viejo quien pierde la esperanza y el sosiego. El mejor tesoro con que se puede contar en la vejez es aprobarse uno mismo, contando con la satisfacción y serenidad que dan los años, todo lo demás sobra. ¿Quién dijo viejo?
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