Ventana abierta
Para recordar: “Y Adán llamó a su esposa “Eva”, porque ella sería la madre de todos los vivientes.” (Génesis 3:20)
Es probable que casi todo el mundo haya escuchado hablar de Eva, la esposa de Adán, o la madre de toda la humanidad. Y con este artículo esperamos tener más éxito que los evolucionistas, porque estos últimos dicen que descendemos de un renacuajo o un mono. Al contrario, los creacionistas nos enorgullecemos en tener a una bellísima mujer dentro de nuestro árbol genealógico.
Eva, fue la primera mujer creada. Su donante, parte de sus células, de su ADN (ácido desoxirribonucleico) proviene de Adán (ver Génesis 2:22), donde dice que Dios tomó una costilla del primer hombre e hizo la primera mujer, su esposa (ver texto inicial).
Según la wikipeida, el ADN, es un ácido nucleico que contiene instrucciones genéticas usadas en el desarrollo y funcionamiento de todos los organismos vivos conocidos… y es responsable de su transmisión hereditaria.
Todo el que está leyendo este artículo, o escuchándolo porque alguien se lo esté leyendo, de seguro tiene una madre biológica. Y, aunque alguien no sepa quien fue su madre; no tenga dudas que duró de 7 a 9 meses en el vientre de una mujer (con algunas excepciones de gestación prematura).
No dudamos que las madres son los seres más hermosos del planeta; especialmente cuando esa madre ha impartido amor, bondad, cariño, paciencia, dulzura y todos los calificativos que casi emulan el amor de Dios, especialmente cuando dio a su Hijo, a Jesucristo, por todos nosotros.
Aunque hay excepciones de madres en negativo, allí está Dios. Por ejemplo dice en la Sagrada Escritura: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque ella se olvide, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49: 15).
White, Elena cuenta la historia de una mujer que dio su vida por su hijo, mientras lo cubría de un intenso frio o invierno y concluye: “Un amor más fuerte que la muerte, vinculaba el corazón de la madre con el de su hijo. No obstante, Dios dice que con más facilidad se olvidará una madre de su hijo, que Él del alma que confía en su gracia… Sólo confía en Jesús, y gozarás de las satisfacciones más profundas” (Cada día con Dios, 9 de Agosto).
Para cada madre, no hay palabras de agradecimiento por tal entrega. En las buenas o en las malas, sus hijos siempre serán sus “hijitos”; hasta para el que tiene mala conducta, será su “angelito” (algo que se puede discutir); pero los suspiros, los “ayes” (dolores), los sufrimientos que la mayoría de veces los llevan por dentro, en muchos casos le adelantan la tumba, y si es causados por algunos hijos o amistades, nos debe hacer pensar en esas madres que merecen lo mejor, la mayor consideración o el mejor de los premios ¡Pero en vida! ya que después de la muerte ¿Qué sentido tienen los homenajes?
Desde acá pensamos en nuestras madres biológicas o no, en nuestro caso: Thirsa Elena, María Oracia, Trinidad; pero estamos seguro que cada lector estará pensando en un nombre: María Teresa, Carmen Teresa, Paula, Rosa, Virginia, Martha, Ligia, Bonifacia, Ada, Gregoria, Beatríz, Gladys, Vilma, Coromoto, Dulce, Esther, Dilcia o Yalinda, y en fin, son tantos nombre pero el cielo ya los ha tomado en cuenta, aún para las mujeres que no han llegado a ser madres, y tal vez llevan una por dentro.
Antes de tener conciencia, aprendemos a reconocer y conocer a nuestra madre. Es muy difícil romper ese lazo. Tal como lo afirma Alvarado, E. (2.012), “Cuando un hijo o una hija está en nuestras entrañas, comienza un idilio de amor entre la madre y la criatura que no tiene fin” (Aliento para cada día, p.136).
Encontramos personas buscando quiénes son sus progenitores, y resulta muy difícil descubrir quienes están detrás de ese árbol genealógico completo. Pero, sabemos que provenimos de Adán y Eva.
Por ello, todos somos hermanos, porque somos humanos. Y esto lo decimos en una Venezuela, familias, iglesias, que no deberíamos estar divididos. Y si ese fuera el sentir, seriamos candidatos potenciales para el reino de los cielos, porque para Dios, todos somos sus hijos y nos quieres salvar, no solo porque nuestra madre inicial tiene el nombre de Eva; sino porque Cristo murió para salvarla a ella, y a toda su descendencia.
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