Otra más de las paradójicas exigencias del Señor es el perdón a los que nos hacen daño.
¡Qué difícil es seguir esta máxima de Jesús! Él sabe que ante la crítica, la injusticia, los insultos y calumnias, la reacción más frecuente es de rencor, de desquite… y hasta de venganza.
Pero a pesar de eso, el perdón y el responder a la maldad con la bondad, es un deber… no una opción. Más aún, es una exigencia que, de no cumplirla, nos podemos ver en problemas.
En la oración que Jesús nos enseñó, el Padre Nuestro, está la frase que nos demuestra que el perdón es deber de todos: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt. 6, 12).
Tan importante es esta frase que es la única del Padre Nuestro que Jesús nos explica después: “Queda bien claro que, si ustedes perdonan las ofensas de los hombres, también el Padre Celestial los perdonará. En cambio, si no perdonan las ofensas de los hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes” (Mt. 6, 14). Dios nos va a perdonar en la misma medida en que nosotros perdonemos.
Y nos pide a nosotros: “Perdonen y serán perdonados… Seanmisericordiosos como su Padre es misericordioso.” (Lc. 6, 27-38).
Y ¿cómo es esa Misericordia Divina que debemos imitar? Es tan grande como son nuestras faltas para con Dios. Tan grande que nunca nos rechaza por nuestros rechazos y ofensas contra Él, ni por nuestros insultos e injustas protestas… ni por la gravedad de nuestras faltas. Nunca reclama nuestras recaídas, ni nos echa en cara el perdonarnos una y otra vez. Nunca se cansa de perdonar, sino que se alegra cada vez que, arrepentidos, lo buscamos para recibir su perdón.
Pero no debemos confiar en la Misericordia Divina, de manera irresponsable y atrevida viviendo en pecado y alejados de Dios. Se oye decir con frecuencia: “Dios es infinitamente misericordioso”. Y sí lo es… pero con el pecador arrepentido, no con el pecador empecinado en el pecado.
La Misericordia de Dios es infinita, pero requiere nuestro arrepentimiento cada vez que le ofendamos… y que nosotros perdonemos a los demás.
Isabel Vidal de Tenreiro