Cada 12 de febrero, conmemoramos el Día de la Juventud, una fecha que resuena con ecos de valentía, sacrificio y esperanza. Desde 1947, cuando el Palacio Federal Legislativo instituyó esta celebración, hemos recordado con orgullo y admiración a aquella juventud, que en la Batalla de La Victoria de 1814, dio lo mejor de sí, por la independencia de nuestra patria.
Ese día, bajo el liderazgo del general José Félix Ribas, un grupo de jóvenes seminaristas y estudiantes llenos de ímpetu, se enfrentaron con coraje a un ejército realista que los superaba en número y recursos. Nueve horas de combate fueron necesarias para que estos jóvenes, cuya valentía resonaba con la fuerza de un ideal, lograran resistir y finalmente vencer a las tropas realistas de José Tomás Boves y Francisco Tomás Morales. Esa hazaña, grabada en la memoria colectiva, se convirtió en un símbolo imperecedero de resistencia, determinación y sobre todo, entrega a la causa republicana.
El ejemplo de aquellos jóvenes de 1814 sigue iluminando nuestro camino en el presente, y nos recuerda que sumar esfuerzos por una causa justa, nunca será un trabajo en vano. En nuestra lucha por la democracia y la libertad, enfrentamos desafíos similares a los que aquellos jóvenes valientes enfrentaron hace más de dos siglos.
Aunque hoy atravesamos un panorama distinto, al igual que ellos, nos encontramos en una situación de desventaja, luchando contra un poder que controla las instituciones del Estado y los medios de coerción. Pero la historia nos enseña que ninguna fuerza opresora es eterna cuando un pueblo está decidido a cambiar su destino. La determinación, la unidad y la perseverancia son nuestras armas, y el espíritu de aquellos jóvenes héroes, nuestra inspiración.
El Día de la Juventud no es solo una fecha para recordar el pasado, sino también para reflexionar sobre el presente y construir el futuro que anhelamos. La Venezuela que queremos ver florecer necesita jóvenes comprometidos, preparados y dispuestos a asumir los desafíos con inteligencia, pasión y determinación. La educación, el pensamiento crítico y la participación activa en la vida política y social son las herramientas fundamentales para lograrlo.
Hoy más que nunca, es crucial que todos alcemos nuestras voces en un grito de libertad. No podemos permitir que la desesperanza o la apatía nos paralicen. El pasado nos ha enseñado que aun en el peor de los panoramas, es posible avanzar.
El futuro de Venezuela está en manos de todos. Que el espíritu de lucha, el deseo de cambio y el profundo sueño de reconstruir a este país, que vale cada esfuerzo, sea el motor que impulse la transformación que tanto anhelamos.
Stalin González