Hogaño no nos sorprende el inmenso y vertiginoso desarrollo social, cultural, económico, industrial y tecnológico de la República Popular China después de la revolución maoísta de 1949. Es un hecho compartido por tirios y troyanos que esta gigantesca nación asiática ha escalado arrolladoramente en pocos años para convertirse en factor geopolítico de primer orden, una de las economías más pujantes y poderosas del orbe. Un auténtico milagro producido en unos 50 años.
Pero no era una idea compartida ni aceptada hace 70 o más años. Hacia 1940 era común y aceptado decir que China, el mundo árabe e India eran naciones atrasadas, lentas y de muy limitados desarrollos tecnológicos y científicos. La ciencia y la técnica eran privilegio exclusivo de Europa, las ciencias orientales no merecían el calificativo de ciencia, eran falsas ciencias o pseudociencias. Privaba una visión sesgada y eurocéntrica: China era una nación boba, China no aparecía en la historia occidental de la ciencia, a pesar de que cuatro enormes inventos chinos hicieron posible la expansión europea moderna: papel, brújula, pólvora e imprenta, aguda observación hecha por vez primera por Francis Bacon en el siglo XVII: la paradoja de que Europa supera a China en innovaciones técnicas utilizando tecnologías chinas.
Aparece Joseph Needham
Hasta que llegó el científico británico de la Universidad de Cambridge, padre de la embriología química, Joseph Needham (Londres 1900- Cambridge 1995) y puso las cosas en orden al afirmar contundentemente y tras largas investigaciones que China e India tuvieron un impresionante desarrollo científico hasta el siglo XVII, parangonable, si no superior, al de Occidente cristiano. Desde 1937, con varios colaboradores chinos: Lu Guizhen, Wang Yinglai, Shen Shizhang, aprendiendo a comunicarse en mandarín y bajo la influencia del historiador marxista de la ciencia, el irlandés John Desmond Bernal (1901-1971), realiza una inmensa investigación publicada en 25 volúmenes sobre los desarrollos tecno científicos orientales. Hizo varios viajes por China recopilando viejos y valiosísimos libros sobre la ciencia en remotos poblados y caseríos durante la década de 1940.
Sus descubrimientos en esta monumental empresa de investigación le dejan asombrado, así como de igual modo a sus lectores. Estos avances tecnológicos chinos incluían el hierro fundido, la reja del arado, el estribo de montar, la pólvora, la imprenta, la brújula magnética, el establecimiento preciso del número irracional phi (3,1416) que superó al de los griegos, el ábaco, los naipes, el ajedrez, la inoculación e inmunización contra la viruela en el siglo X d. C., los escapes de relojería, el papel higiénico, los altos hornos, explicaron las manchas solares, el origen biológico de los fósiles, conocían la experimentación a un nivel simple de ensayo y error desde el siglo XI d.C., el teorema que hoy llamamos de Pitágoras, una como doctrina de la evolución de las especies, poseían algo análogo a la alquimia ya en 133 a. C., conocían antes que Paracelso la importancia médica de los minerales, aparatos mecánicos automatizados que fueron las primeras máquinas cibernéticas (carruaje que señala el sur o primera máquina homeostática de la historia), la circulación de la sangre antes que Harvey, los espejos mágicos o espejos en que penetra la luz, el puente de arco rebajado, la suspensión Cardán, uso del petróleo y el gas natural, la porcelana que maravilló a Marco Polo, taxímetros para medir distancias (el contador li), detalles sobre eclipses de Sol y de Luna, nombres de las estrellas, medían los solsticios de verano e invierno, la noria de cangilones para transportar agua, el sistema decimal en el siglo XIV a. C., las cerillas, plaguicidas biológicos, la carretilla, la laca para revestir maderas y metales, el papel moneda desde el siglo X d. C., la declinación del campo magnético terrestre en el siglo VIII d. C, el primer canal topográfico de transporte en el siglo III a. C., descubrimientos, invenciones e innovaciones la mayoría de los cuales se pensaba que eran creaciones exclusivas de occidente. Un auténtico robo de la historia, como diría el antropólogo británico Jack Goody.
La revolución agrícola europea, dice el divulgador de la ciencia Roger K. G. Temple, que hizo posible la posterior Revolución Industrial del siglo XVIII, solo fue posible a innovaciones chinas introducidas durante siglos en Europa: el cultivo de cereales en hileras, la roza intensiva, la sembradora moderna, el arado de hierro, la vertedera para remover la tierra cultivada y los arreos eficaces (bridas, arneses y colleras) para los caballos.
John Bellamy Foster dice con Needham que la filosofía de Epicuro guarda notables semejanzas con el taoísmo y confucianismo en su naturalismo orgánico, lo que permitió que el marxismo y el materialismo dialéctico se imbricara con cierta facilidad en China durante el siglo pasado. China fue una civilización ecológica que evitó los peores aspectos de la fractura metabólica de la fertilidad del suelo. El hecho de que la revolución china fue básicamente campesina y no proletaria supone una distancia enorme de la civilización burguesa de Occidente, argumentan.
Publican Needham y sus colaboradores chinos el primer volumen en 1954 que tiene éxito limitado por su carácter literario y filosófico. Los siguientes tocan temas como China y la ciencia en China, matemáticas, astronomía, ciencias de la tierra, magnetismo, tecnología náutica, navegación, viajes, ingeniería mecánica, máquinas, relojería, molinos de viento, aeronáutica, ingeniería civil, carreteras, puentes, ingeniería hidráulica, temas que sí llamaron poderosamente la atención de los lectores anglosajones.
El rompecabezas Needham
Ahora bien, y es la enorme pregunta comparativa que se hace Joseph Needham cuando ya era muy anciano: ¿por qué no fueron China e India, civilizaciones poseedoras de tan grandes avances de ciencia y técnica, cunas ellas de la Revolución Científica del siglo XVII y consecuencialmente de la Revolución Industrial en el siglo XVIII, tal como sí aconteció en Europa occidental? ¿Por qué China no tuvo un Galileo, un Kepler, un Newton, aunque sí hubo un Arquímedes y un Euclides de ojos oblicuos?
El mundo natural fue objeto de una recreación después de 1600 con Galileo, Kepler, Descartes, Bacon y Newton. El mundo fue creado de nuevo por las ideas de estos hombres de la ciencia moderna temprana. ¿Por qué ese nuevo modo de explicar el mundo se produjo exclusivamente en el mundo occidental cristiano y no en China e India? ¿Por qué la investigación científica se paraliza en China en el siglo XVI ?. Sólo Europa avanzó hacia lo que Morris Berman llama el desencantamiento del mundo, una secularización del hombre y del conocimiento de la Naturaleza.
Dicho en otras palabras: Joseph Needham, científico, historiador y famoso sinólogo británico, planteó la controversial y polémica Pregunta de Needham: «¿Por qué la ciencia moderna, la matematización de hipótesis sobre la Naturaleza, con todas sus implicaciones para la tecnología avanzada, tuvo su ascenso meteórico solo en Occidente en la época de Galileo? … ¿por qué la ciencia moderna no se había desarrollado en la civilización china (o india) sino sólo en Europa?» Esta pregunta se agudizó al darse cuenta de que «entre el siglo I a.C. y el siglo XV d.C., la civilización china fue mucho más eficiente que la occidental en la aplicación del conocimiento natural humano a las necesidades humanas prácticas.
Según Needham, la ciencia china se paraliza en el siglo XVI por varias razones, las que explica desde la óptica marxista:
Primero: la dinastía Ming se creía el Centro del Universo y por ello no entró en competencia comercial alguna con otras culturas vecinas o lejanas. En cambio, la rivalidad y la guerra eran moneda corriente en Europa, cuyas constantes luchas por la primacía conducían a una marea interminable de avances mercantiles y militares, tales como inventar y mejorar armas de pólvora.
Segundo: Needham culpa a lo que llama “feudalismo burocrático” en la China moderna tardía. Los jóvenes rechazaron la ciencia, la medicina y el comercio porque su aspiración máxima era la de convertirse en funcionarios o burócratas de la gigantesca máquina estatal china. Los mejores talentos prefirieron burocratizar a la innovación.
Guillermo Bodio y Celia Baldatti dicen que Needham adelanta una explicación marxista: China careció de una clase social análoga a la burguesía europea, la cual hizo posible tender un puente entre el trabajo manual y el intelectual, necesario para el avance de la ciencia moderna y el capitalismo. La burguesía china existió, pero comparada con la potente burguesía europea es poca cosa. Estos autores le reclaman a Needham su falta de consistencia en el momento de estudiar las religiones en China, tales como taoísmo y confucianismo y de cómo estas creencias influyen en la percepción de la Naturaleza y la manera de abordarla. Es una suerte de reclamo a Needham por ignorar las propuestas en sociología de la religión de Max Weber y basarse en consideraciones casi exclusivamente socio económicas.
Otros piensan que China cometió grave omisión, pues no existió derechos de propiedad intelectual, un derecho muy difícil de obtener y que sólo otorgaba el Emperador a sus favoritos. Occidente, en cambio, protegió con ardor la propiedad intelectual. El Estado imperial minimizó las iniciativas individuales. Un Estado totalitario controla la prensa, la música, la ropa, la construcción, las tasas de natalidad y el comercio. La “burocracia celeste” asfixió la industrialización.
Dice Victoriano Garza Almanza que los principios filosóficos de Confucio ahogaron la reforma, la innovación y la modernización. Durante 1400 años los aspirantes se preparaban para los exámenes de ingreso al engranaje estatal memorizando grandes partes de los textos clásicos de Confucio. Comerciantes y artesanos, estratos motivados y motivantes de la innovación, eran discriminados por quienes generaban el conocimiento y se les negaba presentar tales exámenes que fueron eliminados a principios del siglo pasado.
Los comerciantes y artesanos europeos, en cambio, se aguijonearon en la experimentación y uso de nuevos materiales traídos de América, búsqueda de nuevas formas de producción y la colocación ventajosa de sus productos. China no trasladó el conocimiento puro a lo meramente cotidiano, convirtiéndolo ya fuera en un bien o en un servicio común. Fue un paso trascendental que no se produjo en China y que repercutió profundamente en la ciencia china como estructura de progreso social como sí ocurrió en Europa. China era homeostática pero nunca estuvo estancada.
El colonialismo se abalanza sobre China e India
El colonialismo europeo hizo estragos en oriente, sobre todo en China que sufrió, como India, dos siglos de humillación e indignidad. En el siglo XIX Inglaterra protagoniza la llamada Guerra del Opio en 1856, ocasionada para abrir China al comercio, China tuvo pérdidas territoriales a manos de Rusia imperial, en 1894 los japoneses invaden Manchuria, la rebelión anti extranjera de los Bóxers fue aplastada en 1899, de manera traumática fue derrocada en 1911 la dinastía manchú e igualmente traumática fue la instauración de la República, durante unos 10 años los Señores de la Guerra protagonizaron un período de inestabilidad y violencia desde 1916, los japoneses invaden de nuevo a China en 1937, la guerra civil entre nacionalistas y comunistas desgarró al país hasta 1949 con la victoria de Mao Zedong.
El sistema de enseñanza sufre grandes daños, el aparato escolar, las universidades se paralizan y la ciencia casi se detiene. Es en esos años cuando Needham visita al país por vez primera en 1941, con la misión procedente del gobierno de Gran Bretaña de rescatar del caos y la guerra el maravilloso patrimonio cultural de China. Las universidades y otros centros de enseñanza e investigación se desplazan a las zonas montañosas, alejadas del conflicto bélico ocasionado por la guerra civil y la invasión japonesa.
Dos largos siglos de cruel dominación extranjera hicieron retroceder en casi todos los aspectos a China e India, civilizaciones que lograron la independencia en 1949 y 1947 respectivamente, liderados por Mao y Gandhi. Hogaño se habla insistentemente en el “colonialismo inverso”, concepto que destaca el enorme crecimiento de tales países orientales que ahora dominan a sus antiguas metrópolis europeas, cuyo caso más emblemático es el de India sobre Inglaterra.
El legado de Needham
Needham es en la actualidad un héroe nacional en China. La Revolución maoísta lo declara miembro de la Academia China de Ciencias, en tanto que la gente del común lo compara en sus dimensiones a otro británico: Charles Darwin. En Inglaterra batalló contra la soberbia intelectual de Occidente, “no somos la raza ilustrada por todo lo que hemos producido”, decía a sus paisanos. La ciencia es patrimonio de la humanidad y no de una parcela de ella, advertía con vehemencia. Decía que “China puede resurgir, y un país con una cultura y un pueblo tan grandes volverá a hacer grandes contribuciones a la civilización mundial.” Ni un ápice se equivocó. El hombre sabio que era Needham contribuyó de manera decidida a derribar la Muralla China que nos distanciaba por su lengua y lejanía geográfica de esa civilización-país que es la cultura China. El crítico y polímata hebreo George Steiner dijo en 1971 que Needham, al igual que Marcel Proust, había hecho del recuerdo tanto un acto de justicia moral como de arte elevado.
La Pregunta o rompecabezas (puzzle) Needham no tiene aún respuesta definitiva y seguirá siendo objeto de largos e interminables debates, los que sin embargo deben continuar. Lo evidente es que Oriente parece estar ya superando a Occidente en muchos aspectos, que la no ocurrida industrialización china del siglo XVIII ha hecho enorme eclosión tardía en el siglo XX y en el tercer milenio en ese gigantesco país con las políticas del Gran Salto Adelante de 1958 y la Revolución Cultural Proletaria de 1966, enormes procesos de transformación social. China avanza hacia el dominio planetario sin parar ni detenerse, montada en el gigantesco proyecto político, económico y estratégico de aspiraciones globales: la Ruta de la Seda, factor de cambio geopolítico fundamental del siglo XXI, lo que le da a la Pregunta de Needham una actualidad poco menos que asombrosa.
Luis Eduardo Cortés Riera